domingo, 31 de octubre de 2010

El primero

Ni inteligencia elevada ni imaginación ni ambas cosas juntas hacen al genio. ¡Amor! ¡amor! ¡amor! ¡he ahí el alma del genio!
(W. A. Mozart)

Quo vadis

Cuando al final de la década de los ’80 cursé los estudios de doctorado en el departamento de Estética de la Universidad de Valencia, tuve que asistir a las clases de un profesor muy reputado que era capaz de hablar, sin apenas respirar, con la continuidad propia de un torrente. Recuerdo que sus
tempi eran, sin embargo, precisos: una inspiración rápida y profunda, una leve elevación de la barbilla y otro prodigioso quiebro verbal nos dejaba clavados en el más absoluto estupor dialéctico. No recuerdo casi nada de aquel manantial de sabiduría. No saqué, creo, ninguna idea ni clara ni obscura sobre la estética o lo estético –lo que me supuso no poca desconfianza sobre mi capacidad para entender de tales temas. Pero sigue presente, eso sí, aquel portentoso e infinito caudal: algunos nombres que no he vuelto a oír y la extraordinaria virtud de aquel hombre que estableció ante mis atónitas entendederas un record que en su momento creí imposible de superar: hablar durante más de cinco horas sin parar, sin notas, sin titubeos, sin sentarse, sin bajar la cabeza y sin apenas respirar; pero con el paradójico mérito de no decir nada que yo llegase a entender.
A él, y nada más que a él, pueden ir dedicadas estas páginas que, superando aquellas beatíficas cinco horas, lograrán, nuevamente, gracias a este singular compendio que modestamente titulo
Los 18 temas, sumir al lector, si la suerte no acompaña, en la más absoluta e inmensa de las nadas.


El primero

Introducción a la estética. Objeto de la estética. Evolución de la estética. Problemas generales de la estética. Métodos de la estética. Fuentes de conocimiento de la estética.


¿Cómo podemos introducirnos en el apasionante mundo de la Estética?… ¿Es apasionante el mundo de la Estética?… Tras darle algunas vueltas a estas preguntas –no muchas, es cierto- llego a las siguientes incognitas aún no despejadas: ¿Qué sacamos de todo esto? ¿Tiene algún objeto intentar comprender determinados conceptos e ideas? ¿Alguna utilidad? Veamos.
Ya que no tenía una idea muy clara de cómo afrontar esta situación ante mis alumnos –que deben suponerme una sabiduría similar al valor en el antiguo servicio militar- intenté ganar tiempo pasando la conocida película de F. Truffaut Fahrenheit 451. Pensé que asistir a un espectáculo donde un grupo de bomberos queman libros en vez de apagar fuegos podría estimularles. Pero, claro, ¿cómo engancho esto con la estética? Sé, por experiencia, que la película interesa. El mérito es de Truffaut, claro, no mío, pero… Bueno, estamos ante un alegato a favor de la lectura, eso me sirve. ¿Qué más? Ah, sí. Es fácil identificarse con el protagonista ya que rompe las reglas –a los jóvenes esto les suele interesar- y es muy romántico. Además, el amor juega una baza importante y, claro, esto es un valor añadido. Bien, ya tengo un par de claves a mi favor, los alumnos conocen algo nuevo –que para eso me pagan- y se respira un cierto optimismo intelectual. Panta rei, todo fluye, como dijo Heráclito.
El bombero respondón acaba convirtiéndose en un ‘hombre libro’. Si el papel arde a 451° Fahrenheit, por lo menos que les cueste ‘moralmente’ algo más quemar un hombre. Lo que nos lleva al problema de la memoria como fe de vida. Esto es obvio, pero transformarse en un libro es algo más. Lo que otro pensó, escribió, vivió, real o imaginariamente, sufrió… ahora no sólo forma parte de ti, eres tú mismo. Así, introducirnos en la estética, como si fuera entrar en un club de billar o una peña ciclista, puede cambiar nuestras vidas. Pasaremos a tomar conciencia, como algo vivo, de objetos y situaciones que creíamos sólo fruto de cierta pose o impostura. Comprenderemos, espero –a ser posible de forma intuitiva- la realidad como un símbolo – ¿de qué? ya veremos, no me atosigue el lector- pero lo de la realidad como símbolo no deja de ser una bella definición de arte. Bueno, no nos adelantemos que aún tenemos que introducirnos en el mundo estético. ¿Puede colar, no? La película, digo.
Llegados hasta aquí tengo que dar, sin más rodeos, una definición de Estética, de lo estético, o de lo que sea; pero que empiece por ‘es’ y sigua por ‘tético’, ‘tética’, ‘teticién’, etc. Hay que reconocer que, hoy en día, el término está en boca de todos. Gabinete de Estética, ‘estéticamente’ algo está bien o mal, estética de los ’60, de los ’80. Es uno de los sustantivos que más adjetivos puede recibir como categorías distintivas: ‘estética cool, friki, retro…’ El lenguaje popular puede que distorsione y malinterprete, pero al final casi siempre acaba teniendo razón. Todo lo dicho anteriormente tiene relación con la apariencia de las cosas y con la capacidad que éstas tienen de producir impresiones sensoriales en nosotros. Si, como estamos viendo, se trata de pensar y no tanto de utilizar nuestras manos –a no ser que sea para escribir- estamos ante una actividad o disciplina de tipo intelectual de marcado carácter filosófico. Por lo tanto, la Estética es una parte del estudio filosófico de la realidad que se centra, por lo ya dicho, en torno a la belleza: ¿cómo es la belleza? ¿cómo la percibimos y nos afecta? ¿quién o qué la produce? ¿en qué condiciones?…
Es más que evidente que un pastel tan exquisito iba a tener muchos golosos glotones a su alrededor. Hay verdaderas toneladas de papel y ríos de tinta vertidos sobre lo que ‘yo tengo que decir sobre el tema, que tú no habías pensado y en la vida se te iba a ocurrir, tonto más que tonto’. Bueno, los filósofos también tiene su corazoncito y sus bajas pasiones, y, precisamente la Estética intenta describir este tipo de inteligencia sensorial, eso sí, algo inferior a la intelectual: entre la planta baja y el entresuelo, más o menos. Si la Filosofía es el amor al conocimiento o sabiduría (del griego, philo: amor + sophia: conocimiento o sabiduría), la Estética, no iba a ser menos. El origen del término es -¿quién dudaba de ello?- griego, Aisthesis, que significa sensación. Por tanto, vamos a introducirnos en el estudio de todo lo que concierne a las sensaciones que envuelven al hecho artístico, ya que percibimos, conocemos y aprehendemos, también, con los sentidos. La palabrita se le ocurrió a Alexander Baumgarten, filósofo de mediados del S. XVIII -profesor de Kant- a partir de la distinción tradicional entre los noeta, hechos del entendimiento, y los aistheta, hechos de la sensibilidad. Así, los aistheta son verdaderos conocimientos, pero ‘sensitivos’. Bueno, pues ya tenemos a la criatura: Estética (Baumgarten, Aesthetica, 1ª parte 1750 –año de la muerte de Bach- 2ª parte 1758) o estudio filosófico y científico del arte y lo bello.
Hay que añadir, que como disciplina filosófica exige por nuestra parte 4 requisitos: una mente curiosa, una mente abierta, un hábito de pensamiento disciplinado y un autoconocimiento ¿No son estas algunas de las cualidades del bombero de Bradbury, Montay? Bueno, igual acerté con la película. Es más, ya que la filosofía no lleva a definiciones completamente cerradas –pues entraríamos en las ciencias exactas-, de la indagación estética nos va a interesar más el camino que la llegada. Por tanto, los medios de esta investigación en torno al arte que denominamos Estética, no son más que la actividad mental y el lenguaje; todo un desafío en estos tiempos que corren, lo reconozco. Por tanto, la Estética no es el propio Arte ni su didáctica ni su crítica ni su psicología (aunque sí pueden haber convergencias cuando se analizan los ‘sentimientos estéticos’ o la ‘dispòsición del artista’ o la ‘reacción del espectador’) ni su moral.
El celo taxidermista con el que las autoridades docentes ha elaborado Los 18 temas, nos pide que una vez introducidos a la Estética recalemos en el Objeto de la Estética. Si, como modernamente se cree, la Estética no es exactamente la Filosofía del Arte –no se sorprenda el lector, hay quien vive de marcar esas diferencias- tendríamos que responder que la Estética tiene como objeto la experiencia estética (Según Baumgarten, padre de la criatura, su fin es la perfectio cognitionis sensitivae qua talis (Ferrater Mora, 1991:1031, 2º Vol.) que, con algo de paciencia, encontrará a la salida del presente, en el tema que sigue… Bueno, no ponga esa cara y lea esto:

En el arte visual, el momento estético es ese instante fugaz, tan breve que casi no tiene tiempo, en que el espectador se encuentra en unidad con la obra que está mirando o con la realidad de cualquier clase que el propio espectador ve en términos de arte, como forma y color. Deja de ser su yo ordinario y el cuadro, edificio, estatua, paisaje o realidad estética ya no se encuentra fuera de él mismo. Ambos se convierten en una entidad; el tiempo y el espacio son abolidos y el espectador es poseído por un reconocimiento. Cuando recupera su conciencia ordinaria, es como si se lo hubiera iniciado en misterios iluminadores, exaltantes, formativos. En breve, el momento estético es un momento de visión mística (Bernard Berenson, “The Aesthetic Moment” en Aesthetics and History, p. 93 en Rowell, L. Introducción a la filosofía de la Música, p. 17)

Es una de las mejores descripciones de amor que he leído, salvo/incluso por lo de místico. De hecho, la relación que se establece a través de este tipo de experiencia es como la de la experiencia amorosa pero sin uno de sus grandes inconvenientes: la posesión. Dice Pessoa:

Por arte se entiende todo lo que nos deleita sin que sea nuestro –el rastro del paso, la sonrisa ofrecida a otro, el ocaso, el poema, el universo objetivo.
Poseer es perder. Sentir sin poseer es guardar, porque es extraer la esencia de algo (Fernando Pessoa Libro del desasosiego, texto nº 473)

Bueno ya conocemos el objeto de la estética: investigar la relación amorosa con el entorno: sentirlo sin poseerlo. Desde este punto de vista qué diríamos de afirmaciones como las que siguen sobre ¿Qué es arte?:

¡No se da por casualidad! Requiere de un agente humano y un acto distintivo de creación. El hermoso árbol que crece en el jardín de una casa no es una obra de arte, pero un árbol enano japonés sí lo es (Rowell, 1985:16)

No me gustan los bonsáis. Me recuerdan los sufrimientos que muchas mujeres padecen por ideales de belleza más que discutibles. ¿Seguro que no tiene cabida en él la casualidad? No diría yo tanto. ¿Cuántas casualidades hay tras una obra de arte?… ¿Es sólo producto de la acción del hombre? ¿Necesariamente? Caray, ¿no es bella una tela de araña o la cola de un pavo real? ¿Cuántos diseños no son más que copia de la naturaleza? Ah, ya, vale, ellos, lo pobres animales, no saben que son bellos o músicos o grandes oradores. Y nosotros sí. ¿O no? Dice La Fontaine:

Se exponía una pintura en que el artista había trazado un inmenso león abatido por un solo hombre. Los que miraban el cuadro se envanecían. En esto pasó un león que amargó su insulsa charla.
-Ya veo –dijo- que ahí os dan la victoria; pero el artista os ha engañado, teniendo libertad para pintar una ficción. ¡Con cuánta más razón seríamos nosotros los vencedores si supieran pintar los leones! (Fábula nº X, Libro tercero, la negrita es de un servidor)

Pero la hembra seducida por el canto del macho ¿no obedece a una sensación amorosa? Y ¿no apuntábamos, más arriba, que el momento estético era un estado de amor? Luego hay un vínculo, admitámoslo. Tal vez lo que amamos y no podemos poseer se convierte en obra de arte. Bueno, ya tendremos tiempo de discutir sobre tan peculiares experiencias.
Llegamos, así, a uno de los principales escollos de El primero, a saber: Evolución de la Estética. Antes comentábamos que la Estética no es el propio Arte ni su didáctica ni su crítica ni su psicología. Modernamente se ha precisado que tampoco es la Historia del Arte. Es decir, la Estética no tiene como objeto la temporalidad en sí misma. Una de las principales modificaciones la sufrirá, sin embargo, la definición de su objeto, que se ha ampliado y diversificado al tiempo que precisado. Vayamos por partes.
Para empezar, el concepto de lo Bello. Hoy en día, el término tiene un doble significado: primero como parte de un estudio más extenso de las esencias (bello, sublime, bonito, gracioso, poético, trágico, dramático…) lo que en los siglos XVIII y XIX se denominaba Modificaciones de lo bello -actualmente, Categorías estéticas; y segundo, se dice bello de lo que es común a todas esas categorías, es decir, el valor estético en general.
Por otra parte, de la definición que Kant dio para Estética como estudio del ‘juicio del gusto’ han salido numerosas propuestas de investigación. Así, encontramos ramas de la Estética que se centran en las apreciaciones sobre el arte y las reacciones frente a las obras de arte.
En resumen, la Estética evoluciona hasta convertirse en un estudio sobre las reacciones ante el arte y las esencias estéticas. En verdad, un camino sin salida. Si Kant dijo que el juicio estético es un juicio sin concepto (un sentir sin poseer, según Pessoa) ¿por qué nos obstinamos en llevarle la contraria y especular intentando explicar lo inexplicable?
Paralelamente a estas pesquisas, se desarrolló, a partir de Hegel, otra vía de investigación que recae en la denominada Filosofía del Arte o reflexión sobre el Arte, ya sea una vez realizado o en vías de realizarse. Este enfoque es el adoptado mayoritariamente por la estética moderna, con alguna objeción como la restricción de la estética al estudio del arte, marginando lo bello natural. Así, intentando englobar en una definición de Estética lo bello natural y artístico, se la ha concebido como ciencia de las formas. ¿Qué podemos concluir de toda esta ceremonia de la confusión? Leamos detenidamente el siguiente pasaje de E. Souriau:

La estética, estudio reflexivo de lo bello, en sentido general, se subdivide en el estudio de los modos de lo bello, las categorías estéticas. Estos valores-raíces alimentan la creación y la constitución de un cuerpo de seres que existen objetivamente en sí mismos, observables y positivos, las obras de arte. La estética adquiere entonces su tronco macizo, se hace filosofía y ciencia del arte. Pero del tronco nacen numerosas ramas, pues el estudio de las obras mismas implica estrechamente muchos otros estudios que derivan de ellos: estudio de su realización (la estética estudia entonces la creación artística y al artista en tanto que artista); estudio de las analogías entre esas obras y la naturaleza; estudio de las formas consideradas en sí mismas (estética morfológica); estudio de las reacciones que suscitan, del juicio estético, de la sensación estética (estética psicológica) y de sus relaciones con la sociedad (estética sociológica), etc. ¿Qué es, pues, la estética? Es ese árbol entero. (E. Souriau, 1998:537)

¿Hay alguien ahí?... Si alguien me escucha, le dedicó los Problemas de la estética: 1º, La fenomenología de los procesos estéticos o cómo son este tipo de situaciones que denominamos estéticas. 2º, El análisis del lenguaje estético comparado con otros lenguajes (sic) 3º, La ontología regional de los valores estéticos, ¡ojo con la aclaración! cualquiera que sea el status ontológico que se adscriba a éstos ¡Ah, bueno, haberlo dicho antes! 4º, El origen de los juicios estéticos, bueno ya hemos hablado del amor sin posesión. 5º, La relación entre forma y materia ¿Y…? 6º, El estudio de la función de los juicios estéticos dentro de la vida humana; ya lo digo yo: discutir. Y 7º, EL examen de la función de supuestos de índole estética en los juicios no estéticos (como, por ejemplo, los de la ciencia), ¡hombre! algunos científicos aman su actividad, tienen su corazoncito y la belleza no es patrimonio exclusivo del arte.

Si el lector es una persona sana, intelectual y físicamente, habrá advertido la extraordinaria preocupación por la Estética de nuestras autoridades docentes, y tal vez no desee seguir adelante. Pero nosotros, obligados por nuestra responsabilidad, recalamos en los Métodos de la Estética. Habría que apuntar que, dada su relativa reciente creación -la de la Estética- en parte ha vendido su alma al diablo aliándose con cualquiera que se pusiese a tiro. Pero es que, además, con este apartado nos adentramos en el proceloso mar de la redundancia contumaz de Los 18 temas. Una y otra vez nos pedirá, este despliegue temático –por decirlo de forma elegante- enfrentarnos a la misma cosa estética, es decir, lo que podríamos denominar la cosificación estética redundante. ¡Qué maravilla! Bueno, atendiendo a sus métodos de investigación más habituales y menos sospechosos, podríamos concluir que tal vez el primero fue el filosófico ¿Nos remontamos a Platón? Vale. Método reflexivo y analítico por definición que intenta conjugar la acción del pensamiento sobre las intuiciones espontáneas. El psicológico, parte de la 2ª ½ del S. XIX con el desarrollo de está disciplina, la psicología, en manos, tradicionalmente, de los más cotillas del lugar. Les interesa, aunque el lector no lo crea: a) Cómo vive el pensamiento el arte y lo bello; b) Verificar las teorías con los hechos (sic) Corre el peligro de relegar lo propiamente estético hacia los temores, deseos, sentimientos… del artista. Lo dicho, cotilleos. El sociológico, también del S. XIX (Taine, Guyau…) Muchos hacen política con este método, ya que les preocupa demostrar cómo determinadas tesis admitidas por razones ideológicas pueden demostrar la connivencia entre un tipo de sociedad y sus manifestaciones artísticas. Método esclavo de las estadísticas y similares. El comparativo, muy típico del S. XX siempre preocupados por lo último que se le acaba de ocurrir al vecino. ¿Qué hay de común o intercambiable entre las distintas artes? Buena pregunta. El morfológico, asepsia total, como en un quirófano. Investiga la cosa en sí misma (magnífica expresión que nunca he sabido muy bien qué quiere decir) Parece que pretende aislarse del entorno. Lo dicho, un quirófano, igual de estéril. Elementos simples y su combinatoria que acabarán desarrollando el método estructural, con la modesta intención de encontrar formas no utilizadas aún por el arte (sic) Obviamente, las que acabamos de nombrar son unas buenas fuentes de conocimiento de la Estética (Filosofía, Psicología, Psicoanálisis, Sociología, Hª del Arte…) pero aún se pretende que lleguemos más allá. Recordemos que nuestro público (alumnos de 5º y 6º de conservatorio profesional) es muy exigente. Bien, si la obra de arte sólo debe disfrutarse sin más, siempre que necesitemos acudir a las fuentes mencionadas esa obra será insuficiente por carencia de consistencia propia. Pero si aceptamos que el producto de la creación artística debe ser considerado dentro de un conjunto de factores (otras obras del mismo artista, de otros artistas en el mismo medio o estilo o tradición…) limitaciones técnicas, convenciones (época, biografía, intenciones…) entonces podemos llegar a la situación de ser incapaces de establecer valores estéticos propios. Todo un dilema, sin lugar a dudas, relacionado con las fuentes de conocimiento de la Estética. Nos vemos en El segundo.

Borges 1


Arte poética


Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo.

Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Itaca
Verde y humilde. El arte es esa Itaca
De verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.

Jorge Luis Borges, Obra poética

sábado, 30 de octubre de 2010

Pessoa 2

Y entonces, ¿qué es el hombre, por sí mismo, sino un insecto fútil que zumba mien­tras se estrella contra el cristal de una ventana? Y es que está ciego, no puede ver, ni puede darse cuenta de que hay algo entre él y la luz. Por eso se esfuerza, trabajosamente, en acercarse. Puede apartarse de la luz, pero no es capaz de llegar a estar más cerca. ¿Cómo le ayudará la ciencia? Puede llegar a conocer la consistencia y las irre­gularidades propias del cristal, comprobar que en una parte es más grueso, y en otra más fino, en una más basto y en otra más delicado: con todo esto, amable filósofo, ¿cuánto se ha acer­cado a la luz? ¿Cuánto han aumentado sus po­sibilidades de ver? Puedo llegar a creer que el hombre de genio, el poeta, llega a romper, de algún modo, el cristal, hacia la luz, y siente la alegría y la tibieza que produce estar más allá que los demás hombres, pero, ¿no está, también él, ciego? ¿Acaso se ha acercado algo al conoci­miento de la verdad eterna?

Déjenme llevar más allá mi metáfora. Algunos se alejan de la cristalera en el sentido opuesto, hacia atrás, y gritan, al darse cuenta de que no chocan con el cristal, que no está tras ellos, "Hemos pasado".
(...)
Y es que la poesía es admiración, perplejidad, como la de un ser que hubiera caído del cielo y se diera cuenta durante su propia caída, atónito. Como alguien que conociera las cosas en el alma y luchando por recordar este conocimientos, se diera cuenta de que no era así como las conocía, no bajo esa forma y esas condiciones, y fuera incapaz de recordar más.

F. Pessoa, Diarios

Pessoa 1


473


El arte nos libra ilusoriamente de la sordidez de ser. Mientras sentimos los males y las injurias de Hamlet, príncipe de Dinamarca, no sentimos los nuestros —viles porque son nuestros y viles porque son viles. El amor, el sueño, las drogas e intoxicantes, son formas elementales del arte, o, más bien, de producir el mismo efecto que él. Pero amor, sueño y drogas tienen cada uno su desilusión. El amor harta o desilusiona. Del sueño se despierta y cuando se ha dormido no se ha vivido. Las drogas se pagan con la ruina de ese mismo físico para estimular al cual han servido. Pero en el arte no hay desilusión porque la ilusión ha sido admitida desde el principio. No hay que despertar del arte, porque en él no dormimos, aunque soñásemos. En el arte no hay tributo o multa que pagar por haber gozado de él. El placer que nos ofrece, como en cierto modo no es nuestro, no tenemos que pagarlo o que arrepentimos de él. Por arte se entiende todo lo que nos deleita sin que sea nuestro —el rastro del paso, la sonrisa ofrecida a otro, el ocaso, el poema, el universo objetivo. Poseer es perder. Sentir sin poseer es guardar, porque es extraer la esencia de algo.

Fernando Pessoa, El Libro del desasosiego