Y entonces, ¿qué es el hombre, por sí mismo, sino un insecto fútil que zumba mientras se estrella contra el cristal de una ventana? Y es que está ciego, no puede ver, ni puede darse cuenta de que hay algo entre él y la luz. Por eso se esfuerza, trabajosamente, en acercarse. Puede apartarse de la luz, pero no es capaz de llegar a estar más cerca. ¿Cómo le ayudará la ciencia? Puede llegar a conocer la consistencia y las irregularidades propias del cristal, comprobar que en una parte es más grueso, y en otra más fino, en una más basto y en otra más delicado: con todo esto, amable filósofo, ¿cuánto se ha acercado a la luz? ¿Cuánto han aumentado sus posibilidades de ver? Puedo llegar a creer que el hombre de genio, el poeta, llega a romper, de algún modo, el cristal, hacia la luz, y siente la alegría y la tibieza que produce estar más allá que los demás hombres, pero, ¿no está, también él, ciego? ¿Acaso se ha acercado algo al conocimiento de la verdad eterna?
Déjenme llevar más allá mi metáfora. Algunos se alejan de la cristalera en el sentido opuesto, hacia atrás, y gritan, al darse cuenta de que no chocan con el cristal, que no está tras ellos, "Hemos pasado".
(...)
Y es que la poesía es admiración, perplejidad, como la de un ser que hubiera caído del cielo y se diera cuenta durante su propia caída, atónito. Como alguien que conociera las cosas en el alma y luchando por recordar este conocimientos, se diera cuenta de que no era así como las conocía, no bajo esa forma y esas condiciones, y fuera incapaz de recordar más.
F. Pessoa, Diarios