sábado, 30 de octubre de 2010

Pessoa 2

Y entonces, ¿qué es el hombre, por sí mismo, sino un insecto fútil que zumba mien­tras se estrella contra el cristal de una ventana? Y es que está ciego, no puede ver, ni puede darse cuenta de que hay algo entre él y la luz. Por eso se esfuerza, trabajosamente, en acercarse. Puede apartarse de la luz, pero no es capaz de llegar a estar más cerca. ¿Cómo le ayudará la ciencia? Puede llegar a conocer la consistencia y las irre­gularidades propias del cristal, comprobar que en una parte es más grueso, y en otra más fino, en una más basto y en otra más delicado: con todo esto, amable filósofo, ¿cuánto se ha acer­cado a la luz? ¿Cuánto han aumentado sus po­sibilidades de ver? Puedo llegar a creer que el hombre de genio, el poeta, llega a romper, de algún modo, el cristal, hacia la luz, y siente la alegría y la tibieza que produce estar más allá que los demás hombres, pero, ¿no está, también él, ciego? ¿Acaso se ha acercado algo al conoci­miento de la verdad eterna?

Déjenme llevar más allá mi metáfora. Algunos se alejan de la cristalera en el sentido opuesto, hacia atrás, y gritan, al darse cuenta de que no chocan con el cristal, que no está tras ellos, "Hemos pasado".
(...)
Y es que la poesía es admiración, perplejidad, como la de un ser que hubiera caído del cielo y se diera cuenta durante su propia caída, atónito. Como alguien que conociera las cosas en el alma y luchando por recordar este conocimientos, se diera cuenta de que no era así como las conocía, no bajo esa forma y esas condiciones, y fuera incapaz de recordar más.

F. Pessoa, Diarios