«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo...» (M. de Cervantes)
domingo, 28 de noviembre de 2010
Todas las mañanas del mundo
Todas las mañanas del mundo, Pascal Quignard
p. 27
El padre Mathieu se adelantó acariciando con los dedos la cruz de diamantes y dijo:
-Os vais a pudrir en vuestro fango, en el horror de las afueras, ahogado en vuestro arroyo.
El señor de Saint Colombe estaba blanco como el papel, temblaba y quiso agarrar una segunda silla. El señor Caignet se había acercado, así como Toinette. El señor de Sainte Colombe lanzaba sordos « ¡Ah! » para recobrar el resuello, con las manos en el respaldo de la silla. Toinette le desprendió los dedos y entre los dos lo sentaron. Mientras el señor Caignet se ponía los guantes y el sombrero y el cura lo tachaba de porfiado, él dijo muy quedo, con una calma pavorosa:
-Los ahogados sois vosotros. Por eso alargáis la mano. No contentos con haber perdido pie, aún quisierais atraer a los demás para que el agua se los trague.
La emisión de la voz era lenta y entrecortada. Al rey le agradó esta respuesta cuando el cura y el violista de cámara se la refirieron. Dijo que dejaran en paz al músico…
p. 35-37
Evocó aquel día de humillación cuya fecha seguía inscrita en su ánimo: 22 de septiembre de 1672…Cuando llegó a la zapatería, y tras saludar a su padre, no pudo contener más tiempo los sollozos y subió con precipitación a encerrarse en la pieza… Aquellos martillazos le hacían brincar el corazón y lo llenaban de repugnancia… todo le resultaba insoportable.
p. 45
-Podréis ayudar a danzar a la gente que danza. Podréis acompañar a los actores que cantan en el escenario. Os ganaréis la vida. Viviréis rodeado de música mas no seréis músico. ¿Tenéis un corazón para sentir? ¿Tenéis un cerebro para pensar? ¿Tenéis la menor idea de para qué sirven los sonidos cuando ya no se trata de danzar ni de regalarle los oídos al rey? No obstante, vuestra voz quebrada me ha emocionado. Os retengo por vuestro dolor, no por vuestro arte.
p. 50-55
…luchando contra el viento que les hería los ojos abiertos.
-Podéis oír, señor –gritó-, cómo se destaca el aria sobre el bajo cantante…
… -Escuchad el sonido que produce el pincel del señor Baugin
… -Habéis aprendido la técnica del arco…
Vieron en otra sala, subidas a un tablado, dos mujeres que recitaban…
La otra respondía lentamente, una octava más baja…
… -He aquí cómo se articula el énfasis de una frase. También la música es una lengua humana…
El ruido de la orina caliente que hacía estallar la nieve se mezclaba con el ruido de los cristales de la nieve que se iba fundiendo…
-Habéis aprendido cómo se desgranan los adornos –dijo.
-Es asimismo un descenso cromático –replicó el señor Marin Marais.
El señor de Sainte Colombe se encogió de hombros.
p. 59-60
-Escuchad, señor, los sollozos que el dolor arranca a mi hija: están más cerca de la música que vuestras gamas. Marchaos de aquí para siempre, señor, sois un grandísimo malabarista. Los platos vuelan por encima de vuestra cabeza y jamás perdéis el equilibrio, pero sois un músico pequeño…Deberíais tocar en Versalles, es decir, en el Pont-Neuf, y os arrojarían monedas para un vaso de vino
p. 63-65
A mi entender, poco importa si uno ejerce su arte en un gran palacio de piedra con cien habitaciones o en una cabaña que se tambalea sobre una morera. Para mí hay algo más que el arte, más que los dedos, más que el oído, más que la invención: es la vida apasionada que llevo.
-¿Vivís una vida apasionada? –dijo Marin Marais.
-Padre, ¿lleváis una vida apasionada?…
… -Habláis por enigmas. Jamás comprenderé del todo lo que queréis decir.
-Por eso no contaba con que caminaseis a mi lado, por mi pobre camino de hierbas y grava.
… -¿Por qué no publicáis los aires que tocáis?
-¡Oh, hijos míos, yo no compongo! Jamás he escrito nada. Son ofrendas de agua, lentejas de agua, artemisa, oruguillas vivas que invento a veces al recordar un nombre y unos placeres.
-Mas, ¿dónde está la música en vuestras lentejas y vuestras orugas?
-Cuando tomo mi arco, lo que desgarro es un pedacito de mi corazón en carne viva. Lo que hago no es sino la disciplina de una vida en la que ningún día es feriado. Yo cumplo mi destino.
p. 69
-Mi tristeza es indefinible. Razón tenéis al dirigirme ese reproche. La palabra jamás puede decir aquello de lo que quiero hablar y no sé cómo decirlo…
… -¡Ahí tenéis la cabaña donde hablo!
p. 99-101
¿Quién anda ahí, suspirando en el silencio de la noche?
-Un hombre que rehúye los palacios y busca la música…
… -¿Qué es lo que buscáis, señor, en la música?
-Busco llanto y pesares…
… -Sentaos.
… -¿Puedo pediros una última clase? –preguntó el señor Marais animándose de pronto.
-Señor, ¿puedo intentar una primera clase? –replicó el señor de Sainte Colombe con voz sorda.
… -Esto es difícil, señor. La música está simplemente ahí para hablar de lo que la palabra no puede hablar. En tal sentido, no es totalmente humana…
… -Un pequeño abrevadero para que beban aquellos a quienes el lenguaje ha traicionado. Por la sombra de los niños. Por los martillazos de los zapateros. Por los estados que preceden a la infancia. Cuando carecíamos de aliento. Cuando carecíamos de luz.
domingo, 21 de noviembre de 2010
El tercero
El tercero
Filosofía del arte. Teorías en torno al arte. Axiología del arte. Arte y ciencia. Arte y naturaleza. Arte y moral.
En el primero, partiendo de Baumgarten, concluíamos que la Estética era el estudio filosófico y científico del Arte y de lo Bello. Dicho así, y ya que el estudio científico podemos entenderlo como un intento de establecer descripciones con intención normativa, lo que se pretende es aclarar la primera parte de la definición.
¿Qué es la filosofía del arte? Su sentido más moderno nos llega a través de Hegel, que la entiende como una reflexión sobre el arte tanto realizado como en vías de realizarse. También avanzábamos que era el tronco en donde se apoyan las distintas estéticas especializadas, ya que la más antigua modalidad –la estética filosófica- era la que seguía un método reflexivo y analítico. Y en el propio arte podíamos encontrar ejemplos sobre qué es la creación, la contemplación, las esencias… Bueno, ya presentada, intentemos una definición: parte de la Estética que se ocupa de los conceptos y problemas que surgen en relación con las obras de arte. De aquí, que se esfuerce en responder preguntas como:
* ¿Qué es la experiencia estética?
* ¿Existe verdad en la obra de arte?
* ¿Qué es símbolo artístico?
* ¿Qué quieren decir las obras de arte?
* ¿Hay una definición general del arte?
* ¿Qué es lo que hace buena una obra de arte?
Más allá de las dificultades que plantea su respuesta, el punto de partida para afrontarlas tiene que ser establecer las condiciones necesarias y suficientes del arte. Según De Witt Parker, en su The Definition of Art, serían:
* Fuente de placer a través de la imaginación
* El objeto artístico debe ser social, físico, real, públicamente accesible, base de una experiencia compartida
* Tener una forma estéticamente satisfactoria en tanto combinación de armonía, estructura y diseño.
Si recordamos el texto de Pessoa 1, parecería que el arte es vano, mera ilusión. En su Arte Poética, Borges nos descubre al arte como vehículo de conocimiento sobre todo de tipo personal, pero si volvemos a Pessoa 2, creer que atravesábamos el cristal volvía a ser una quimera. Que cada cual saque sus conclusiones. Por eso es mucho más fácil establecer Teorías en torno al arte que intentar definirlo. Ya que el enunciado de El tercero ha sido tomado al pie de la letra del libro de Beardsley y Hospers sobre Estética, sigámosle. Las teorías son, principalmente, tres: formalista, expresionista y simbolista.
En la primera, el arte como forma orienta nuestra atención hacia lo que la obra presenta y no lo que representa. De aquí, que no se preocupe de la capacidad que la obra tiene de provocar emociones, representar valores vitales o ideas. Sólo se interesa por los valores que le son propios del medio artístico utilizado. Vemos, así, una atención centrada en las propiedades formales del objeto artístico, cuya emoción estética no debe complicarse con ningún tipo de emoción vital.
El arte como expresión no excluye los valores formales, pero piensa que no sólo no son los únicos, sino que los más importantes son los que pueden expresar sentimientos humanos. Se interesa por la psicología del artista intentando establecer algo así como conexiones necesarias entre la inspiración y la forma de expresarla. Aunque esto es más que discutible, hay que aceptar que el arte tiene una gran capacidad de reflejar emociones imitando sus características esenciales.
El arte como símbolo plantea la posibilidad de simbolizar los sentimientos:
Las obras de arte son signos icónicos del proceso psicológico que tiene lugar en los hombres, y específicamente signos de los sentimientos humanos (Berdersley y Hospers, 1988:142)
En todo caso podemos preguntarnos sobre el mecanismo que convierte a una cosa en signo de otra. En gran medida la convención establecida gracias a la educación de nuestra sensibilidad es el soporte que mantiene esta idea del arte como símbolo. Por eso hay que admitir que la obra de arte no deja de ser un signo convencional de determinados procesos psicológicos.
Y esto nos hace recalar en la relación que el arte establece con la verdad. Como tampoco parece fácil decidir qué o cuánto de verdad contiene el arte, es más sencillo derivar el problema hacia qué tipo de verdades contiene. Algo totalmente obvio. Porque como casi todo en esta vida, el arte presenta lo explícito y esconde, para su lectura entrelíneas, lo implícito. Por tanto, el arte habla de la condición y naturaleza humana tanto de una forma como de otra: explícita e implícitamente. Si domina la primera, nos acercamos al arte propagandístico. Si la segunda es quien lo articula, pude llegar a ser tan indescifrable que apenas podamos entenderlo y sacar provecho de los valores que defiende, es decir de su axiología.
La axiología o teoría de los valores del arte, estructura a éstos en varios planos. Por una parte, encontramos los objetivos y subjetivos. Por otra, los sensoriales, formales y vitales. Pero previos a todos ellos, los epistemológicos y estéticos. Antes de seguir adelante, dejemos constancia de lo inapropiado del término “axiología”. No sólo no aparece en el diccionario de la RAE, sino que este término bastardo, derivado de axioma, tiene la pretensión de llevar al campo de la estética una traducción literal del alemán Wertheorie de aplicación en economía. De aquí, que la mayor parte de autores prefieran el habitual de valores o bien el de aspectos. Sigamos. El valor epistemológico, como posibilidad de conocimiento, parte de aceptar la estética como ciencia normativa de lo Bello. Con lo cual, si la Lógica lo es de la verdad y la Moral del bien, la Estética lo es de lo bello. Tríada fundacional de la Filosofía: verdad, bondad y belleza, reguladas por la Lógica, Moral y Estética. El valor estético se desglosa en los objetivos y subjetivos. Por los primeros entenderemos a todos aquellos propios del objeto mismo, de su naturaleza. Una debe formar parte insustituible, la belleza. Pero qué pasa si sólo puede ser intuida, pues que una vez más estamos perdiendo el tiempo:
A menos que tengamos alguna clave sobre cómo resolver las controversias en torno al valor estético, este concepto resulta inútil (Berdsley y Hospers, 1988:167)
En cuanto a los subjetivos, deberíamos intentar distinguir entre lo que “me gusta” y “lo que pienso que está bien”. Porque una cosa es expresar nuestro agrado o desagrado y otra razonarlo. De ahí, que la sensibilidad estética no case siempre bien con la razón. Afortunadamente, captar el valor estético de las cosas no siempre depende del conocimiento aprendido. El valor sensorial es captado en la observación estética cuando nos deleitamos en cosas como la textura, color o tono. La presentación sensorial es lo que cuenta. En cuanto al valor formal, ya conocemos algo. Se basa en la relación entre los elementos que conforman la obra de arte. La forma tiene que ver con las interrelaciones, con la organización global de la obra. No es la estructura, que puede ser compartida, sino forma como modelo único de organización. La expresión aristotélica de variedad en la unidad se utiliza corrientemente como criterio básico de este valor. Y por último, el valor vital habla de todo aquello que es importado de la vida exterior. Es lo que forma el conjunto de valores asociativos. Conceptos e ideas en literatura, sentimientos en música o sensaciones en plástica.
La relación entre el Arte y la Ciencia es perfectamente descrita en el texto Pessoa 2. Si aceptamos que ciencia y arte son dos formas de conocimiento o apropiación de la realidad, en el caso del primero su medio es el concepto, en el segundo, la sensibilidad. Esto significa que la ciencia enuncia la esencia de las cosas de forma universal, el arte combina lo local y universal desde la singularidad del objeto artístico, todo un desafío. Si el mensaje de la ciencia es invariable, el del arte depende de su receptor. De ahí, que la idea de progreso sea constitutiva de la ciencia, mientras que en el arte sólo afecte a los medios técnicos y no al valor estético. En la historia del pensamiento vemos cómo los fracasos de la ciencia son suplidos sistemáticamente por la necesidad del arte. Esto no debe hacernos pensar en arte y ciencia como opositores, sino más bien como formas complementarias de apropiación de la realidad, tal y como nos cuenta Pessoa 2.
En cuanto al binomio Arte y Naturaleza, le concepto que establece su relación viene de la antigua Grecia, es la mimesis, toda una historia de la relación del arte con la naturaleza y la verdad. Pero, ¿qué entendemos por mimesis, es decir, por imitar a la naturaleza? Para empezar hay que aceptar que la naturaleza no persigue ningún ideal de belleza, lo que sí se da en el arte. Sólo aceptando la naturaleza como obra de arte divina nos permitiría trasvasar la persecución de ideales artísticos al campo de lo natural. Sin embargo, hay que admitir que el arte no permite o intenta evitar elementos perturbadores en su observación, cosa que no parece preocupar a la naturaleza. Pero debemos reconocer que algunos tipos de lo bello en la naturaleza tienen amplia aceptación: flores, animales, paisaje… Dicho esto, centrémonos brevemente en la mimesis. Perfectamente enunciado por Aristóteles, vendría a significar que el arte imita a la naturaleza. Pero más que reproducir los modelos naturales, el arte debería seguir el modelo que esta le propone. Es decir, no es tanto imitar cosas naturales, sino la forma en que la naturaleza obra.
Por último, Arte y Moral han establecido en la cultura occidental unas delicadas relaciones. Hoy no parece que sea necesario luchar por liberar al arte de la tutela moral de otros tiempos. Lo que no significa que debamos desprendernos idealmente de nuestras convicciones morales en la observación estética. Se produce necesariamente una intersección entre los hechos artísticos y los morales. De ahí, que una concepción moralista someta el arte a la moralidad intentando utilizarlo con fines edificantes. Por eso, las manifestaciones artísticas no seguidoras de la moral oficial o lo políticamente correcto, suelen estar bajo sospecha. La concepción esteticista pretende justo lo contrario: una moral supeditada al arte. Nada debe interferirlo, es lo supremo:
Designa la exigencia establecida en la definición de Kant de la percepción de lo bello como ‘el placer desinteresado’ y, por vez primera…de un arte liberado de toda finalidad… extra-artística (moral, política, etc.) cuya única tarea consiste en la consumación de su propia forma… El programa de un arte por el arte, en su lucha contra la ideología y la moral…poseía una función emancipadora dirigida contra la tutela de la corte aristocrática y del estamento eclesiástico (Henckmann/Lotter, 1998:21-22)
Un punto intermedio, viene dado por la concepción interactiva que reconoce en los valores morales y estéticos distintas funciones. El arte debe edificar, sí, pero no de forma explícita. Sus enseñanzas y análisis sobre la condición humana deben permanecer en el plano de lo implícito. Así, el arte estimula la imaginación permitiendo la identificación con otras situaciones, experiencias o reflexiones:
En el acto mismo de concentrar nuestras energías sobre un objeto estético, nuestro estado espiritual mejora…el efecto incluye una agudización de nuestras sensibilidades, n refinamiento de nuestras capacidades…una facilidad para reaccionar más sensiblemente al mundo que nos rodea (Beardsley/Hospers, 1988: 153-154)
Y finalizamos este tercero a la espera de El cuarto, con un apunte sobre la censura. Hay dos tipos: la explícita y la implícita. La que viene de fuera o la que nos imponemos nosotros mismos. La segunda puede ser de mayor calado pues indica la imposibilidad del pensamiento libre. Tanto una como otra encuentra su punto de encuentro en la exageración de los principios morales del arte. Esta situación, muy arraigada en ignorancias atávicas, señala la imposibilidad de observar desde la actitud estética. En fin, una nota sobre los censores:
¿Puede un grupo de seres humanos arrogarse el derecho de juzgar a otros grupos más amplios y de decirles lo que pueden o no pueden leer o contemplar? (Beardsley/Hospers, 1988:155)
martes, 16 de noviembre de 2010
El segundo
La experiencia estética. El juicio del gusto. El placer estético. Teorías en torno a la belleza. Modalidades de la belleza.
Dice R. Scruton que el núcleo central de la experiencia estética es la atención imaginativa. Por tanto, tal atención no sólo significa un esfuerzo de interés por las cualidades artísticas de las cosas, sino que, en mayor o menor medida, el observador recrea y forma, al tiempo, parte de lo que generalizamos bajo el término obra de arte. De aquí, que desde una actitud pasiva –tan habitual cuando se considera al arte como relleno del tiempo libre- mal podamos llegar a tal tipo de experiencia. De hecho, persistir en tan acomodaticia postura sólo nos llevará a instalar el sueño de los justos entre nuestras debilitadas meninges. Sólo entrenando el pensamiento podemos hacerlo libre, venía a decir el gran Machado. De ahí, que con paciencia, podamos reconocer tal experiencia liberándola, en lo posible, de lo puramente subjetivo.
Así, esta experiencia tan especial acabará haciendo de nosotros observadores atentos del objeto estético en sí mismo, al tiempo que comprobaremos que en ella confluyen anteriores expresiones como: vivencia, goce estético, gusto, sentimiento o percepción estética. Lamentablemente, a partir de los ’70 la expresión ha ido siendo sustituida por el de recepción, lo que nos vuelve a insinuar una actitud poco activa del observador y que tiende a acomodar su relación con el arte a sus valores más conservadores.
Pensemos en esta experiencia como algo placentero que consigue absorbernos por un instante de lo más cotidiano. Algo así como si unas endorfinas de la belleza se liberaran gracias al arte. Una especie de equilibrio entre nuestras naturalezas intelectual y sensible, que conseguimos con el debido aprendizaje y actitud:
En este privilegiado instante de la presencia ¿no vive el sujeto algo inmediato? No le importa comprender, sino dejarse sorprender, ser tomado: dejar a lo sensible expandirse y fascinar, sentir desde el fondo de su carne la carne del objeto; dejar al objeto que pierda sus límites y que despliegue el mundo que él lleva, dejarlo ser hasta llegar a ser él: perderse en él, morir para renacer (E. Souriau, 1998:553)
Suele admitirse que esta experiencia está en regresión. La actual sociedad muy dominada por una idea de ocio como lugar para el arte, con sus industrias del entretenimiento y la obra de arte como producto de consumo. De ahí, que la educación estética del individuo debe tener como primera recompensa la familiaridad con los objetos estéticos y la posibilidad de permitirnos elaborar nuestro juicio de gusto. Pero antes de seguir con la cuestión del gusto, recapitulemos. Si hacemos un esfuerzo por caracterizar esta experiencia podríamos decir que es, en general, agradable, implica relación con la belleza y une placer (pathos) y sentido (ethos).
El problema del gusto nos enfrenta a la conciencia inmediata de agrado o desagrado. De aquí, que el juicio de gusto valora el placer o displacer que el objeto estético produce en nosotros. Fijémonos en que este tipo de juicio pretende juzgar cualidades objetivas de la obra de arte desde nuestra subjetividad. El desarrollo y articulación de este tipo de juicio se lo debemos, cómo no, a Kant. Viene a decirnos que gracias al gusto enunciamos juicios de valor universal basados en la subjetividad. ¿Es esto posible? Seguramente no. Pero Kant insiste en la cuestión abordando el problema desde la obra de arte. Así, como la calidad de una obra de arte no puede definirse en términos de lógica pura, la universalidad del juicio del gusto no puede ser más que subjetiva. ¿Hemos avanzado? Sinceramente, tengo mis dudas. Porque a nivel de los sentidos, cada uno tiene sus gustos. Sin embargo, esta cualidad la utilizamos como medio de comunicación universal que no recurre a la objetividad del concepto, sino a la subjetividad de las sensaciones. Curioso, porque como cualidad universal no puede ser arbitraria. Es más, resulta irritante su utilización como reivindicación de posturas absolutas. Por eso Kant hace del juicio del gusto un sensus communis, un sentido común en la más literal de las interpretaciones.
Hegel, y el S. XIX, no se mostraron nada inclinados hacia esta cualidad que creían superficial, en su Estética, nos dice:
Los grandes caracteres, las grandes pasiones pintados por el poeta resultan sospechosos al gusto; su apego a lo curioso no encuentra en ello nada interesante. El gusto retrocede y desaparece ante el genio.
En el fondo Hegel cree que la estética del gusto no se tomaba en serio al arte. Como el romanticismo francés que rompió con el buen gusto de la tradición clásica:
El gusto está en la razón del genio (Hugo, V. Prólogo a Cronwell) El gusto, del mismo modo que el genio, es esencialmente divino (Hugo, V. Shakespeare)
Hoy en día ha acabado imponiéndose el sentido absoluto del concepto, es decir, algo tan banal como las idiosincrasias de los artistas o las convenciones artísticas dominadas por la explotación comercial de los estilos artísticos. Es lo que tenemos y deberíamos aprender a modificarlo.
Hablar del placer estético es entrar, después de lo ya dicho, en una tesitura poco recomendable para la bondad pedagógica que pretendemos. Pero ya hemos indicado en otro lugar el poco sensus communis que preside el desarrollo oficial de esta optativa. La gran pregunta: ¿cómo se diferencia de otros tipos de placer? Si volvemos a Kant, todo parece señalar que el placer por lo bello es desinteresado. Lo que implica desprenderse de la posesión o de la intención de la posesión del objeto, y, además, deberíamos incorporar la reflexión como parte activa para este placer. Este placer por lo bello pretende alejarse de lo meramente agradable, atractivo o emotivo porque consideraría estos aspectos como corrupciones o derivaciones poco recomendables. Parece que con esto del placer estético lo que se intenta una y otra vez es alejarlo de cualquier componente material hacia el plano meramente intelectual, ya que este desinterés del placer estético lo eleva a un nivel superior desde el cual se desvía lo utilitario hacia lo estético. Por ejemplo, el placer estético en música depende directamente del gusto por el sonido musical. De manera que este placer, según Kant, quiere representar la alegría intelectual inherente al juicio de gusto. ¡Qué obsesión la de Kant por desembarazar cualquier cosa que creía importante del agrado o de la emoción! Para él, la contemplación estética era una actividad del espíritu. ¡Qué fácil le resultaba trazar la línea entre el espíritu y la sensación!
Bueno, ¿y si intentamos decir algo sobre la belleza, ya que parece ser protagonista principal en todo este entramado? Como cualidad sensible de lo Bello, no es fácil definirla. En general, entendemos que la captamos de forma directa y casi unánime, aunque podamos entender fácilmente las discusiones que puede generar. Razón principal por la cual la belleza natural es de mayor aceptación que la relacionada con el arte.
La belleza en el arte está sujeta a la educación que nuestra sensibilidad estética ha recibido a lo largo de los años. La admiración o el asombro ante la perfección que simboliza se asocian a ideas previas que desde la antigüedad se han desarrollado. No en vano, los antiguos templos griegos se disponían en lugares de gran belleza natural, y donde lo sagrado se comprende como una excepción igual que lo bello.
W. Tatarkiewicz en su Historia de seis ideas, señala las 3 teorías fundamentales sobre la Belleza:
1.- Belleza en sentido amplio. Parte del concepto griego original que incluye aspectos morales. Como dirán en la E. Media: pulchrum et perfectum idem est, donde la perfección es de raíz espiritual
2.- Belleza en sentido puramente estético. Base de la experiencia estética.
3.- Belleza estética pero sólo de lo visual: más utilizada en el ámbito popular.
Algunos grandes pensadores lo han intentado en épocas diferentes: “aquello que, además de bueno, es agradable” (Aristóteles); “aquello que es agradable de percibir” (T. de Aquino); “aquello que no es agradable ni por medio de la impresión ni de los conceptos, sino que es necesario subjetivamente de un modo inmediato, universal y desinteresado” (Kant) (Tatarkiewicz, 1992:155)
Como podemos observar, no es fácil definir el concepto. Lo que sí se llegó a enunciar, ya en la antigüedad, fue la Gran teoría de la belleza que intenta explicarla. Así, la belleza consiste en las proporciones y el ordenamiento de las partes y sus interrelaciones. Propuesta aristotélica que T. de Aquino pasó a la cultura medieval. Y donde las proporciones aritméticas del arte parecen poder desentrañar el misterio de la atracción por la belleza. Cuanto más simples estas proporciones (1/1, 1/2, 2/3…) más bello el conjunto. En música, tales relaciones son el unísono, la 8ª, 5ª…) Tradición que empezó con los pitagóricos y que ha tenido amplia repercusión en el arte occidental:
Sólo la belleza agrada; y en la belleza, la formas; y en las formas, las proporciones; y en las proporciones, los números (Agustín en Tatarkiewicz, 1992:159)
De ahí, que la fealdad sea considerada como la ausencia de medida, de proporción.
Para que no quedara todo en cuestión tan objetiva como la aritmética, se reinterpretó a Agustín dotando a sus palabras de sabor trascendente. La idea de esplendor, tomada de Plotino, hace que el alma ilumine las proporciones y se identifica la belleza no sólo como la proporción entre las partes, sino como deslumbramiento. Petrarca, con un cierto atrevimiento, ya a las puertas del Renacimiento concluirá que la belleza es un non se ché. Así, el je ne sais quoi del romanticismo francés retoma al poeta italiano y certifica la mala salud de la belleza comprendida como juego de proporciones. No muy afortunado creemos fue el hecho de que nuevamente Hegel tuviera que ambicionar la mayor de las profundidades cuando advierte que “la belleza es la idea absoluta en su apariencia sensorial”, cuando el problema sin resolver es la identidad de la idea absoluta. En fin, es lo que hay. Como contrapunto, qué le parece al lector el siguiente texto:
Yo no sé si a los demás les pasa lo que a mí, pero yo sé que no puedo contemplar la belleza durante mucho tiempo. Creo que ningún poeta enunció nada más falso que Keats cuando escribió la primera línea de su Endymion. Cuando la belleza me ha encantado con la magia de su sensación, mi mente desvaría rápidamente; escucho con incredulidad a las personas que me dicen que pueden observar extasiados durante horas un paisaje o un cuadro. La belleza es un éxtasis; es algo tan simple corno el hambre. No hay nada que decir realmente sobre ella. Es como el perfume de una rosa: se huele y eso es todo; esa es la razón por la que la crítica de arte, exceptuando aquello que no se refiera a la belleza, y por lo tanto al arte, es una pesadez. Todo lo que los críticos pueden decirte respecto al Entierro de Cristo de Tiziano, uno de los cuadros con más belleza pura que quizás hay en el mundo, es que vayas a verlo. El resto no es nada más que historia, o biografía. Pero la gente añade otras cualidades a la belleza -sublimidad, interés humano, ternura, amor- porque la belleza no les contenta. La belleza es perfecta, y la perfección (como la naturaleza) nos atrae, pero no por mucho tiempo... Nadie ha podido explicar nunca por qué el templo dórico de Paestum es más bello que un vaso de cerveza fría, excepto argumentando que no tiene nada que ver con la belleza. La belleza es una aliada ciega. Es como la cima de una montaña que una vez alcanzada no conduce a ningún sitio. Esa es la razón por la que a fin de cuentas nos extasiamos más con el Greco que con Tiziano, con el logro incompleto de Shakespeare que con el éxito de Racine... La belleza es aquello que satisface el instinto estético; la belleza es un poco aburrida Maugham, Somerset. Cakes and Ale (XI)
Como apunta Maugham, hemos cedido fácilmente a la tendencia de adjetivar la belleza. Es lo que conocemos como modalidades de la belleza, algo bastante intrascendente y banal, por eso el currículo lo recoge. A lo largo de la Hª de la Estética se suceden varios inventarios de estas variedades de la belleza, cuyas modalidades más significativas podrían ser: la aptitud de las cosas hacia la tarea que tiene que cumplir. Lo que en Roma se denominaba, con su innegable sentido práctico, decorum o aptum. Estaríamos hablando de la belleza peculiar de los artículos utilitarios. Diseño y aptitud no deberían nunca enfrentarse. Ornamento como decoración, lo accesorio, lo no estructural, cuyos extremos están entre el amor vacui y el horror vacui. De donde, formositas o compositio eran los términos para la belleza de la estructura y ornamentum u ornatus los de la decoración. Atracción, como una modalidad indigna de la belleza. Dice Cicerón:
Existen dos tipos de belleza, una es la atracción, otra, la dignidad; debemos considerar femenina la atracción, y la dignidad, masculina (en Tatarkiewicz, 1992:200)
Poco correcto políticamente este Cicerón. Gracia, de simbolismo artístico como personificación de la belleza, a lo que agrada sin pasar por la mente, sin reglas. La E. Media se encargó de identificarla con la gracia divina, claro. Sutileza, que en retórica es el más modesto de los estilos y en arte un singular equilibrio entre lo agudo, fino y pequeño. Sólo en períodos manieristas es considerada un valor superior de belleza. Y lo Sublime, el estilo superior de la retórica antigua, grande y grave. En el S. XVIII, sin otra cosa mejor que hacer, llegaron a enfrentar lo sublime y lo gracioso:
La sublimidad se definía como la capacidad de entusiasmar y elevar el espíritu, unido a la grandiosidad del pensamiento y la profundidad de las emociones (Tatarkiewicz, 1992:205)
Esto huele a Romanticismo. Que en su modalidad más auténtica se lleva mal con la gracia, mucho mejor reflejada en el romanticismo bierdermeier.
Pasemos al tercero. Hemos hablado de la Estética, de la Belleza y ahora toca centrarse en el Arte con mayúsculas.