El segundo
La experiencia estética. El juicio del gusto. El placer estético. Teorías en torno a la belleza. Modalidades de la belleza.
Dice R. Scruton que el núcleo central de la experiencia estética es la atención imaginativa. Por tanto, tal atención no sólo significa un esfuerzo de interés por las cualidades artísticas de las cosas, sino que, en mayor o menor medida, el observador recrea y forma, al tiempo, parte de lo que generalizamos bajo el término obra de arte. De aquí, que desde una actitud pasiva –tan habitual cuando se considera al arte como relleno del tiempo libre- mal podamos llegar a tal tipo de experiencia. De hecho, persistir en tan acomodaticia postura sólo nos llevará a instalar el sueño de los justos entre nuestras debilitadas meninges. Sólo entrenando el pensamiento podemos hacerlo libre, venía a decir el gran Machado. De ahí, que con paciencia, podamos reconocer tal experiencia liberándola, en lo posible, de lo puramente subjetivo.
Así, esta experiencia tan especial acabará haciendo de nosotros observadores atentos del objeto estético en sí mismo, al tiempo que comprobaremos que en ella confluyen anteriores expresiones como: vivencia, goce estético, gusto, sentimiento o percepción estética. Lamentablemente, a partir de los ’70 la expresión ha ido siendo sustituida por el de recepción, lo que nos vuelve a insinuar una actitud poco activa del observador y que tiende a acomodar su relación con el arte a sus valores más conservadores.
Pensemos en esta experiencia como algo placentero que consigue absorbernos por un instante de lo más cotidiano. Algo así como si unas endorfinas de la belleza se liberaran gracias al arte. Una especie de equilibrio entre nuestras naturalezas intelectual y sensible, que conseguimos con el debido aprendizaje y actitud:
En este privilegiado instante de la presencia ¿no vive el sujeto algo inmediato? No le importa comprender, sino dejarse sorprender, ser tomado: dejar a lo sensible expandirse y fascinar, sentir desde el fondo de su carne la carne del objeto; dejar al objeto que pierda sus límites y que despliegue el mundo que él lleva, dejarlo ser hasta llegar a ser él: perderse en él, morir para renacer (E. Souriau, 1998:553)
Suele admitirse que esta experiencia está en regresión. La actual sociedad muy dominada por una idea de ocio como lugar para el arte, con sus industrias del entretenimiento y la obra de arte como producto de consumo. De ahí, que la educación estética del individuo debe tener como primera recompensa la familiaridad con los objetos estéticos y la posibilidad de permitirnos elaborar nuestro juicio de gusto. Pero antes de seguir con la cuestión del gusto, recapitulemos. Si hacemos un esfuerzo por caracterizar esta experiencia podríamos decir que es, en general, agradable, implica relación con la belleza y une placer (pathos) y sentido (ethos).
El problema del gusto nos enfrenta a la conciencia inmediata de agrado o desagrado. De aquí, que el juicio de gusto valora el placer o displacer que el objeto estético produce en nosotros. Fijémonos en que este tipo de juicio pretende juzgar cualidades objetivas de la obra de arte desde nuestra subjetividad. El desarrollo y articulación de este tipo de juicio se lo debemos, cómo no, a Kant. Viene a decirnos que gracias al gusto enunciamos juicios de valor universal basados en la subjetividad. ¿Es esto posible? Seguramente no. Pero Kant insiste en la cuestión abordando el problema desde la obra de arte. Así, como la calidad de una obra de arte no puede definirse en términos de lógica pura, la universalidad del juicio del gusto no puede ser más que subjetiva. ¿Hemos avanzado? Sinceramente, tengo mis dudas. Porque a nivel de los sentidos, cada uno tiene sus gustos. Sin embargo, esta cualidad la utilizamos como medio de comunicación universal que no recurre a la objetividad del concepto, sino a la subjetividad de las sensaciones. Curioso, porque como cualidad universal no puede ser arbitraria. Es más, resulta irritante su utilización como reivindicación de posturas absolutas. Por eso Kant hace del juicio del gusto un sensus communis, un sentido común en la más literal de las interpretaciones.
Hegel, y el S. XIX, no se mostraron nada inclinados hacia esta cualidad que creían superficial, en su Estética, nos dice:
Los grandes caracteres, las grandes pasiones pintados por el poeta resultan sospechosos al gusto; su apego a lo curioso no encuentra en ello nada interesante. El gusto retrocede y desaparece ante el genio.
En el fondo Hegel cree que la estética del gusto no se tomaba en serio al arte. Como el romanticismo francés que rompió con el buen gusto de la tradición clásica:
El gusto está en la razón del genio (Hugo, V. Prólogo a Cronwell) El gusto, del mismo modo que el genio, es esencialmente divino (Hugo, V. Shakespeare)
Hoy en día ha acabado imponiéndose el sentido absoluto del concepto, es decir, algo tan banal como las idiosincrasias de los artistas o las convenciones artísticas dominadas por la explotación comercial de los estilos artísticos. Es lo que tenemos y deberíamos aprender a modificarlo.
Hablar del placer estético es entrar, después de lo ya dicho, en una tesitura poco recomendable para la bondad pedagógica que pretendemos. Pero ya hemos indicado en otro lugar el poco sensus communis que preside el desarrollo oficial de esta optativa. La gran pregunta: ¿cómo se diferencia de otros tipos de placer? Si volvemos a Kant, todo parece señalar que el placer por lo bello es desinteresado. Lo que implica desprenderse de la posesión o de la intención de la posesión del objeto, y, además, deberíamos incorporar la reflexión como parte activa para este placer. Este placer por lo bello pretende alejarse de lo meramente agradable, atractivo o emotivo porque consideraría estos aspectos como corrupciones o derivaciones poco recomendables. Parece que con esto del placer estético lo que se intenta una y otra vez es alejarlo de cualquier componente material hacia el plano meramente intelectual, ya que este desinterés del placer estético lo eleva a un nivel superior desde el cual se desvía lo utilitario hacia lo estético. Por ejemplo, el placer estético en música depende directamente del gusto por el sonido musical. De manera que este placer, según Kant, quiere representar la alegría intelectual inherente al juicio de gusto. ¡Qué obsesión la de Kant por desembarazar cualquier cosa que creía importante del agrado o de la emoción! Para él, la contemplación estética era una actividad del espíritu. ¡Qué fácil le resultaba trazar la línea entre el espíritu y la sensación!
Bueno, ¿y si intentamos decir algo sobre la belleza, ya que parece ser protagonista principal en todo este entramado? Como cualidad sensible de lo Bello, no es fácil definirla. En general, entendemos que la captamos de forma directa y casi unánime, aunque podamos entender fácilmente las discusiones que puede generar. Razón principal por la cual la belleza natural es de mayor aceptación que la relacionada con el arte.
La belleza en el arte está sujeta a la educación que nuestra sensibilidad estética ha recibido a lo largo de los años. La admiración o el asombro ante la perfección que simboliza se asocian a ideas previas que desde la antigüedad se han desarrollado. No en vano, los antiguos templos griegos se disponían en lugares de gran belleza natural, y donde lo sagrado se comprende como una excepción igual que lo bello.
W. Tatarkiewicz en su Historia de seis ideas, señala las 3 teorías fundamentales sobre la Belleza:
1.- Belleza en sentido amplio. Parte del concepto griego original que incluye aspectos morales. Como dirán en la E. Media: pulchrum et perfectum idem est, donde la perfección es de raíz espiritual
2.- Belleza en sentido puramente estético. Base de la experiencia estética.
3.- Belleza estética pero sólo de lo visual: más utilizada en el ámbito popular.
La experiencia estética. El juicio del gusto. El placer estético. Teorías en torno a la belleza. Modalidades de la belleza.
Dice R. Scruton que el núcleo central de la experiencia estética es la atención imaginativa. Por tanto, tal atención no sólo significa un esfuerzo de interés por las cualidades artísticas de las cosas, sino que, en mayor o menor medida, el observador recrea y forma, al tiempo, parte de lo que generalizamos bajo el término obra de arte. De aquí, que desde una actitud pasiva –tan habitual cuando se considera al arte como relleno del tiempo libre- mal podamos llegar a tal tipo de experiencia. De hecho, persistir en tan acomodaticia postura sólo nos llevará a instalar el sueño de los justos entre nuestras debilitadas meninges. Sólo entrenando el pensamiento podemos hacerlo libre, venía a decir el gran Machado. De ahí, que con paciencia, podamos reconocer tal experiencia liberándola, en lo posible, de lo puramente subjetivo.
Así, esta experiencia tan especial acabará haciendo de nosotros observadores atentos del objeto estético en sí mismo, al tiempo que comprobaremos que en ella confluyen anteriores expresiones como: vivencia, goce estético, gusto, sentimiento o percepción estética. Lamentablemente, a partir de los ’70 la expresión ha ido siendo sustituida por el de recepción, lo que nos vuelve a insinuar una actitud poco activa del observador y que tiende a acomodar su relación con el arte a sus valores más conservadores.
Pensemos en esta experiencia como algo placentero que consigue absorbernos por un instante de lo más cotidiano. Algo así como si unas endorfinas de la belleza se liberaran gracias al arte. Una especie de equilibrio entre nuestras naturalezas intelectual y sensible, que conseguimos con el debido aprendizaje y actitud:
En este privilegiado instante de la presencia ¿no vive el sujeto algo inmediato? No le importa comprender, sino dejarse sorprender, ser tomado: dejar a lo sensible expandirse y fascinar, sentir desde el fondo de su carne la carne del objeto; dejar al objeto que pierda sus límites y que despliegue el mundo que él lleva, dejarlo ser hasta llegar a ser él: perderse en él, morir para renacer (E. Souriau, 1998:553)
Suele admitirse que esta experiencia está en regresión. La actual sociedad muy dominada por una idea de ocio como lugar para el arte, con sus industrias del entretenimiento y la obra de arte como producto de consumo. De ahí, que la educación estética del individuo debe tener como primera recompensa la familiaridad con los objetos estéticos y la posibilidad de permitirnos elaborar nuestro juicio de gusto. Pero antes de seguir con la cuestión del gusto, recapitulemos. Si hacemos un esfuerzo por caracterizar esta experiencia podríamos decir que es, en general, agradable, implica relación con la belleza y une placer (pathos) y sentido (ethos).
El problema del gusto nos enfrenta a la conciencia inmediata de agrado o desagrado. De aquí, que el juicio de gusto valora el placer o displacer que el objeto estético produce en nosotros. Fijémonos en que este tipo de juicio pretende juzgar cualidades objetivas de la obra de arte desde nuestra subjetividad. El desarrollo y articulación de este tipo de juicio se lo debemos, cómo no, a Kant. Viene a decirnos que gracias al gusto enunciamos juicios de valor universal basados en la subjetividad. ¿Es esto posible? Seguramente no. Pero Kant insiste en la cuestión abordando el problema desde la obra de arte. Así, como la calidad de una obra de arte no puede definirse en términos de lógica pura, la universalidad del juicio del gusto no puede ser más que subjetiva. ¿Hemos avanzado? Sinceramente, tengo mis dudas. Porque a nivel de los sentidos, cada uno tiene sus gustos. Sin embargo, esta cualidad la utilizamos como medio de comunicación universal que no recurre a la objetividad del concepto, sino a la subjetividad de las sensaciones. Curioso, porque como cualidad universal no puede ser arbitraria. Es más, resulta irritante su utilización como reivindicación de posturas absolutas. Por eso Kant hace del juicio del gusto un sensus communis, un sentido común en la más literal de las interpretaciones.
Hegel, y el S. XIX, no se mostraron nada inclinados hacia esta cualidad que creían superficial, en su Estética, nos dice:
Los grandes caracteres, las grandes pasiones pintados por el poeta resultan sospechosos al gusto; su apego a lo curioso no encuentra en ello nada interesante. El gusto retrocede y desaparece ante el genio.
En el fondo Hegel cree que la estética del gusto no se tomaba en serio al arte. Como el romanticismo francés que rompió con el buen gusto de la tradición clásica:
El gusto está en la razón del genio (Hugo, V. Prólogo a Cronwell) El gusto, del mismo modo que el genio, es esencialmente divino (Hugo, V. Shakespeare)
Hoy en día ha acabado imponiéndose el sentido absoluto del concepto, es decir, algo tan banal como las idiosincrasias de los artistas o las convenciones artísticas dominadas por la explotación comercial de los estilos artísticos. Es lo que tenemos y deberíamos aprender a modificarlo.
Hablar del placer estético es entrar, después de lo ya dicho, en una tesitura poco recomendable para la bondad pedagógica que pretendemos. Pero ya hemos indicado en otro lugar el poco sensus communis que preside el desarrollo oficial de esta optativa. La gran pregunta: ¿cómo se diferencia de otros tipos de placer? Si volvemos a Kant, todo parece señalar que el placer por lo bello es desinteresado. Lo que implica desprenderse de la posesión o de la intención de la posesión del objeto, y, además, deberíamos incorporar la reflexión como parte activa para este placer. Este placer por lo bello pretende alejarse de lo meramente agradable, atractivo o emotivo porque consideraría estos aspectos como corrupciones o derivaciones poco recomendables. Parece que con esto del placer estético lo que se intenta una y otra vez es alejarlo de cualquier componente material hacia el plano meramente intelectual, ya que este desinterés del placer estético lo eleva a un nivel superior desde el cual se desvía lo utilitario hacia lo estético. Por ejemplo, el placer estético en música depende directamente del gusto por el sonido musical. De manera que este placer, según Kant, quiere representar la alegría intelectual inherente al juicio de gusto. ¡Qué obsesión la de Kant por desembarazar cualquier cosa que creía importante del agrado o de la emoción! Para él, la contemplación estética era una actividad del espíritu. ¡Qué fácil le resultaba trazar la línea entre el espíritu y la sensación!
Bueno, ¿y si intentamos decir algo sobre la belleza, ya que parece ser protagonista principal en todo este entramado? Como cualidad sensible de lo Bello, no es fácil definirla. En general, entendemos que la captamos de forma directa y casi unánime, aunque podamos entender fácilmente las discusiones que puede generar. Razón principal por la cual la belleza natural es de mayor aceptación que la relacionada con el arte.
La belleza en el arte está sujeta a la educación que nuestra sensibilidad estética ha recibido a lo largo de los años. La admiración o el asombro ante la perfección que simboliza se asocian a ideas previas que desde la antigüedad se han desarrollado. No en vano, los antiguos templos griegos se disponían en lugares de gran belleza natural, y donde lo sagrado se comprende como una excepción igual que lo bello.
W. Tatarkiewicz en su Historia de seis ideas, señala las 3 teorías fundamentales sobre la Belleza:
1.- Belleza en sentido amplio. Parte del concepto griego original que incluye aspectos morales. Como dirán en la E. Media: pulchrum et perfectum idem est, donde la perfección es de raíz espiritual
2.- Belleza en sentido puramente estético. Base de la experiencia estética.
3.- Belleza estética pero sólo de lo visual: más utilizada en el ámbito popular.
Nos interesa principalmente la segunda. Añade Tatarkiewicz:
Algunos grandes pensadores lo han intentado en épocas diferentes: “aquello que, además de bueno, es agradable” (Aristóteles); “aquello que es agradable de percibir” (T. de Aquino); “aquello que no es agradable ni por medio de la impresión ni de los conceptos, sino que es necesario subjetivamente de un modo inmediato, universal y desinteresado” (Kant) (Tatarkiewicz, 1992:155)
Como podemos observar, no es fácil definir el concepto. Lo que sí se llegó a enunciar, ya en la antigüedad, fue la Gran teoría de la belleza que intenta explicarla. Así, la belleza consiste en las proporciones y el ordenamiento de las partes y sus interrelaciones. Propuesta aristotélica que T. de Aquino pasó a la cultura medieval. Y donde las proporciones aritméticas del arte parecen poder desentrañar el misterio de la atracción por la belleza. Cuanto más simples estas proporciones (1/1, 1/2, 2/3…) más bello el conjunto. En música, tales relaciones son el unísono, la 8ª, 5ª…) Tradición que empezó con los pitagóricos y que ha tenido amplia repercusión en el arte occidental:
Sólo la belleza agrada; y en la belleza, la formas; y en las formas, las proporciones; y en las proporciones, los números (Agustín en Tatarkiewicz, 1992:159)
De ahí, que la fealdad sea considerada como la ausencia de medida, de proporción.
Para que no quedara todo en cuestión tan objetiva como la aritmética, se reinterpretó a Agustín dotando a sus palabras de sabor trascendente. La idea de esplendor, tomada de Plotino, hace que el alma ilumine las proporciones y se identifica la belleza no sólo como la proporción entre las partes, sino como deslumbramiento. Petrarca, con un cierto atrevimiento, ya a las puertas del Renacimiento concluirá que la belleza es un non se ché. Así, el je ne sais quoi del romanticismo francés retoma al poeta italiano y certifica la mala salud de la belleza comprendida como juego de proporciones. No muy afortunado creemos fue el hecho de que nuevamente Hegel tuviera que ambicionar la mayor de las profundidades cuando advierte que “la belleza es la idea absoluta en su apariencia sensorial”, cuando el problema sin resolver es la identidad de la idea absoluta. En fin, es lo que hay. Como contrapunto, qué le parece al lector el siguiente texto:
Yo no sé si a los demás les pasa lo que a mí, pero yo sé que no puedo contemplar la belleza durante mucho tiempo. Creo que ningún poeta enunció nada más falso que Keats cuando escribió la primera línea de su Endymion. Cuando la belleza me ha encantado con la magia de su sensación, mi mente desvaría rápidamente; escucho con incredulidad a las personas que me dicen que pueden observar extasiados durante horas un paisaje o un cuadro. La belleza es un éxtasis; es algo tan simple corno el hambre. No hay nada que decir realmente sobre ella. Es como el perfume de una rosa: se huele y eso es todo; esa es la razón por la que la crítica de arte, exceptuando aquello que no se refiera a la belleza, y por lo tanto al arte, es una pesadez. Todo lo que los críticos pueden decirte respecto al Entierro de Cristo de Tiziano, uno de los cuadros con más belleza pura que quizás hay en el mundo, es que vayas a verlo. El resto no es nada más que historia, o biografía. Pero la gente añade otras cualidades a la belleza -sublimidad, interés humano, ternura, amor- porque la belleza no les contenta. La belleza es perfecta, y la perfección (como la naturaleza) nos atrae, pero no por mucho tiempo... Nadie ha podido explicar nunca por qué el templo dórico de Paestum es más bello que un vaso de cerveza fría, excepto argumentando que no tiene nada que ver con la belleza. La belleza es una aliada ciega. Es como la cima de una montaña que una vez alcanzada no conduce a ningún sitio. Esa es la razón por la que a fin de cuentas nos extasiamos más con el Greco que con Tiziano, con el logro incompleto de Shakespeare que con el éxito de Racine... La belleza es aquello que satisface el instinto estético; la belleza es un poco aburrida Maugham, Somerset. Cakes and Ale (XI)
Como apunta Maugham, hemos cedido fácilmente a la tendencia de adjetivar la belleza. Es lo que conocemos como modalidades de la belleza, algo bastante intrascendente y banal, por eso el currículo lo recoge. A lo largo de la Hª de la Estética se suceden varios inventarios de estas variedades de la belleza, cuyas modalidades más significativas podrían ser: la aptitud de las cosas hacia la tarea que tiene que cumplir. Lo que en Roma se denominaba, con su innegable sentido práctico, decorum o aptum. Estaríamos hablando de la belleza peculiar de los artículos utilitarios. Diseño y aptitud no deberían nunca enfrentarse. Ornamento como decoración, lo accesorio, lo no estructural, cuyos extremos están entre el amor vacui y el horror vacui. De donde, formositas o compositio eran los términos para la belleza de la estructura y ornamentum u ornatus los de la decoración. Atracción, como una modalidad indigna de la belleza. Dice Cicerón:
Existen dos tipos de belleza, una es la atracción, otra, la dignidad; debemos considerar femenina la atracción, y la dignidad, masculina (en Tatarkiewicz, 1992:200)
Poco correcto políticamente este Cicerón. Gracia, de simbolismo artístico como personificación de la belleza, a lo que agrada sin pasar por la mente, sin reglas. La E. Media se encargó de identificarla con la gracia divina, claro. Sutileza, que en retórica es el más modesto de los estilos y en arte un singular equilibrio entre lo agudo, fino y pequeño. Sólo en períodos manieristas es considerada un valor superior de belleza. Y lo Sublime, el estilo superior de la retórica antigua, grande y grave. En el S. XVIII, sin otra cosa mejor que hacer, llegaron a enfrentar lo sublime y lo gracioso:
La sublimidad se definía como la capacidad de entusiasmar y elevar el espíritu, unido a la grandiosidad del pensamiento y la profundidad de las emociones (Tatarkiewicz, 1992:205)
Esto huele a Romanticismo. Que en su modalidad más auténtica se lleva mal con la gracia, mucho mejor reflejada en el romanticismo bierdermeier.
Pasemos al tercero. Hemos hablado de la Estética, de la Belleza y ahora toca centrarse en el Arte con mayúsculas.
Algunos grandes pensadores lo han intentado en épocas diferentes: “aquello que, además de bueno, es agradable” (Aristóteles); “aquello que es agradable de percibir” (T. de Aquino); “aquello que no es agradable ni por medio de la impresión ni de los conceptos, sino que es necesario subjetivamente de un modo inmediato, universal y desinteresado” (Kant) (Tatarkiewicz, 1992:155)
Como podemos observar, no es fácil definir el concepto. Lo que sí se llegó a enunciar, ya en la antigüedad, fue la Gran teoría de la belleza que intenta explicarla. Así, la belleza consiste en las proporciones y el ordenamiento de las partes y sus interrelaciones. Propuesta aristotélica que T. de Aquino pasó a la cultura medieval. Y donde las proporciones aritméticas del arte parecen poder desentrañar el misterio de la atracción por la belleza. Cuanto más simples estas proporciones (1/1, 1/2, 2/3…) más bello el conjunto. En música, tales relaciones son el unísono, la 8ª, 5ª…) Tradición que empezó con los pitagóricos y que ha tenido amplia repercusión en el arte occidental:
Sólo la belleza agrada; y en la belleza, la formas; y en las formas, las proporciones; y en las proporciones, los números (Agustín en Tatarkiewicz, 1992:159)
De ahí, que la fealdad sea considerada como la ausencia de medida, de proporción.
Para que no quedara todo en cuestión tan objetiva como la aritmética, se reinterpretó a Agustín dotando a sus palabras de sabor trascendente. La idea de esplendor, tomada de Plotino, hace que el alma ilumine las proporciones y se identifica la belleza no sólo como la proporción entre las partes, sino como deslumbramiento. Petrarca, con un cierto atrevimiento, ya a las puertas del Renacimiento concluirá que la belleza es un non se ché. Así, el je ne sais quoi del romanticismo francés retoma al poeta italiano y certifica la mala salud de la belleza comprendida como juego de proporciones. No muy afortunado creemos fue el hecho de que nuevamente Hegel tuviera que ambicionar la mayor de las profundidades cuando advierte que “la belleza es la idea absoluta en su apariencia sensorial”, cuando el problema sin resolver es la identidad de la idea absoluta. En fin, es lo que hay. Como contrapunto, qué le parece al lector el siguiente texto:
Yo no sé si a los demás les pasa lo que a mí, pero yo sé que no puedo contemplar la belleza durante mucho tiempo. Creo que ningún poeta enunció nada más falso que Keats cuando escribió la primera línea de su Endymion. Cuando la belleza me ha encantado con la magia de su sensación, mi mente desvaría rápidamente; escucho con incredulidad a las personas que me dicen que pueden observar extasiados durante horas un paisaje o un cuadro. La belleza es un éxtasis; es algo tan simple corno el hambre. No hay nada que decir realmente sobre ella. Es como el perfume de una rosa: se huele y eso es todo; esa es la razón por la que la crítica de arte, exceptuando aquello que no se refiera a la belleza, y por lo tanto al arte, es una pesadez. Todo lo que los críticos pueden decirte respecto al Entierro de Cristo de Tiziano, uno de los cuadros con más belleza pura que quizás hay en el mundo, es que vayas a verlo. El resto no es nada más que historia, o biografía. Pero la gente añade otras cualidades a la belleza -sublimidad, interés humano, ternura, amor- porque la belleza no les contenta. La belleza es perfecta, y la perfección (como la naturaleza) nos atrae, pero no por mucho tiempo... Nadie ha podido explicar nunca por qué el templo dórico de Paestum es más bello que un vaso de cerveza fría, excepto argumentando que no tiene nada que ver con la belleza. La belleza es una aliada ciega. Es como la cima de una montaña que una vez alcanzada no conduce a ningún sitio. Esa es la razón por la que a fin de cuentas nos extasiamos más con el Greco que con Tiziano, con el logro incompleto de Shakespeare que con el éxito de Racine... La belleza es aquello que satisface el instinto estético; la belleza es un poco aburrida Maugham, Somerset. Cakes and Ale (XI)
Como apunta Maugham, hemos cedido fácilmente a la tendencia de adjetivar la belleza. Es lo que conocemos como modalidades de la belleza, algo bastante intrascendente y banal, por eso el currículo lo recoge. A lo largo de la Hª de la Estética se suceden varios inventarios de estas variedades de la belleza, cuyas modalidades más significativas podrían ser: la aptitud de las cosas hacia la tarea que tiene que cumplir. Lo que en Roma se denominaba, con su innegable sentido práctico, decorum o aptum. Estaríamos hablando de la belleza peculiar de los artículos utilitarios. Diseño y aptitud no deberían nunca enfrentarse. Ornamento como decoración, lo accesorio, lo no estructural, cuyos extremos están entre el amor vacui y el horror vacui. De donde, formositas o compositio eran los términos para la belleza de la estructura y ornamentum u ornatus los de la decoración. Atracción, como una modalidad indigna de la belleza. Dice Cicerón:
Existen dos tipos de belleza, una es la atracción, otra, la dignidad; debemos considerar femenina la atracción, y la dignidad, masculina (en Tatarkiewicz, 1992:200)
Poco correcto políticamente este Cicerón. Gracia, de simbolismo artístico como personificación de la belleza, a lo que agrada sin pasar por la mente, sin reglas. La E. Media se encargó de identificarla con la gracia divina, claro. Sutileza, que en retórica es el más modesto de los estilos y en arte un singular equilibrio entre lo agudo, fino y pequeño. Sólo en períodos manieristas es considerada un valor superior de belleza. Y lo Sublime, el estilo superior de la retórica antigua, grande y grave. En el S. XVIII, sin otra cosa mejor que hacer, llegaron a enfrentar lo sublime y lo gracioso:
La sublimidad se definía como la capacidad de entusiasmar y elevar el espíritu, unido a la grandiosidad del pensamiento y la profundidad de las emociones (Tatarkiewicz, 1992:205)
Esto huele a Romanticismo. Que en su modalidad más auténtica se lleva mal con la gracia, mucho mejor reflejada en el romanticismo bierdermeier.
Pasemos al tercero. Hemos hablado de la Estética, de la Belleza y ahora toca centrarse en el Arte con mayúsculas.