sábado, 12 de febrero de 2011

El séptimo

Portada del famoso libro de Hanslick, 1854


El séptimo
 La belleza musical. Categorías estético-musicales y modalidades de la belleza musical. El concepto de armonía. Evolución de los con­ceptos de consonancia y disonancia. Lo apolíneo y lo dionisiaco. Dis­tintos modelos de ordenación del material sonoro (modalidad, tona­lidad, atonalidad, dodecafonismo, serialismo, microtonalismo, aleatoriedad...) Crisis del concepto de belleza musical.

Comparto absolutamente la opinión de que el valor sublime de lo bello residirá siempre en la evidencia inmediata del sentimiento. Pero mantengo con la misma fuerza la convicción de que es imposible deducir de los habituales llamados al sentimiento siquiera una sola regla musical (Hanslick, 1951:9)

Cuando Eduard Hanslick publica en 1854 su amplio ensayo Lo bello en Música, no sólo mostró su oposición al romanticismo musical más sensiblero, sino que realiza una de las primeras reflexiones serias sobre el problema de lo bello musical:

Sólo protesto contra la falsa intervención de los sentimientos en la ciencia… me opongo a los estéticos fanáticos que, con la pretensión de enseñar al músico, en realidad sólo interpretan sus sonoros sueños opiáceos (Hanslick, 1951:9)
Sin embargo, cuando identifica la belleza musical con los principios constructivos del clasicismo tal vez limita las opciones que la música tiene de definir sus propias bellezas.
La belleza de un trozo musical es específicamente musical, es decir inherente a las combinaciones sonoras y sin relacionarse con un círculo de ideas extraño, extramusical (Hanslick, 1951:10)

De todas formas reconozcámosle, al menos, su intención de objetivar el estudio de lo bello musical. El deseo de desprenderse definitivamente del concepto metafísico de belleza musical y defender la idea de estéticas diferenciadas según las distintas artes. Es decir, dependientes de su materia artística. Hanslick parte de principios kantianos aceptados de forma generalizada: lo bello no tiene finalidad, es mera forma y los sentimientos que genera no importan al concepto o valoración de lo bello como tal. De aquí, que lo bello musical no pueda identificarse con sus efectos, sino con sus leyes. Porque lo único que la música conserva como relación primaria con la realidad es el ritmo, todo lo demás entra en el terreno de lo simbólico.
Por tanto, ¿de qué naturaleza es la belleza musical? Hay quien diferencia entre las artes plásticas y las fónicas. En estas últimas, y al contrario de lo que sucede en las anteriores, la belleza no es estática sino dinámica. Por tanto, la memoria es un factor muy importante. Veamos el siguiente pasaje de Zamacois que no tiene desperdicio:

La impresión recibida puede limitarse a lo sensorial, sin causar efecto en el espíritu ni despertar la atención de la inteligencia. Pero puede calar más hondo y convulsionar el espíritu, dando lugar a estados emocionales en que el intelecto no interviene o que llegan antes de que en él se produzca reacción reflexiva. E igualmente puede interesar al cerebro (por causa de las circunstancias que concurren en lo que escucha o contempla) conduciéndole a la reflexión y al análisis. Teniendo esto en cuenta distinguiremos entre la belleza que sólo halaga al oído o a la vista, esto es: la hedonista; la que hace mella en el espíritu y gozamos gracias a éste, que denominaremos espiritualista, y la que apreciamos por medio del intelecto, por cuya razón la consideraremos intelectualista (Zamacois, 1997:13)

A diferencia de lo aquí expuesto por este autor, estamos convencidos que lo que realmente ocurre es la combinación de tales factores, nunca con carácter jerárquico o excluyente. Y tal es así, que no resulta nada fácil separar aquella parte de la belleza que comprendemos por la sensación, de la que lo es por el sentimiento o la lógica.
Bueno, ya empezamos a comprender que la belleza musical es algo específicamente musical y tiene en el sonido su elemento más evidente, y en el ritmo su esencia motora. Por tanto, la materia de la belleza musical es la totalidad de los sonidos musicales. Y en ellos, la melodía es una forma básica de esta belleza. La armonía facilita la renovación de los contextos en los que la primera se desarrolla. El ritmo es el motor de estos elementos. Y el timbre, aunque olvidado en un principio, es también parte constituyente:

Si no se logró comprender la abundancia de belleza, que vive en lo netamente musical, ello se debe en gran parte a la subestimación de lo sensual con que nos encontramos, en estéticas antiguas (Hasnlick, 1951:49)

Y lo sensual ya sabemos la relación directa que guarda con el timbre.

Intentemos profundizar en la relación que las categorías estético-musicales guardan con las modalidades de belleza. El título de este epígrafe es de los que asustan por lo que supone de redundante y apartado de la realidad. ¿A qué puede querer referirse la expresión de categorías musicales? Si seguimos a Hanslick, y aceptando que la música no tiene una materia prima natural, ya que el sonido musical es una creación artificial, llegamos a la conclusión de que las categorías estético-musicales son las basadas en los elementos musicales: lo rítmico, lo melódico, lo orgánico, lo tímbrico, lo armónico, lo textural y lo formal

1.- Lo rítmico. El ritmo no rige solamente las relaciones de tiempo, sino todos los elementos de la música: armonía, contrapunto, timbre… La percepción del ritmo es un proceso mental instintivo gracias al cual agrupamos los pulsos dotándolos de intensidad distinta aunque no la tengan. Este hecho es la base de los valores estéticos del ritmo al permitirnos organizar las duraciones dentro de estructuras como el compás.
El concepto de compás supone repetición, esquema y convención. En la música occidental se ha concretado en formas binarias y ternarias, principalmente. El contraste entre esas relaciones regulares y la mayor libertad de los acentos rítmicos produce la base de una determinada expresividad musical. Como podemos ver la condición general del ritmo reside en la repetición como una especie de diversidad organizada para la belleza musical.
Los tipos de organización rítmica que tenemos son o bien esquemas fijos: vals, marcha…o esquemas particulares, exclusivo de cada obra, generales a una época o particulares de cada compositor. De hecho, la tendencia desde el S. XVII hasta mediados del S. XX ha sido llevar a la música una organización rítmica estricta que facilita los procesos constructivos formales. Pensemos, por ejemplo, en el motete isorrítmico. Dice Copland:

Se ruega al oyente lego que recuerde que hasta los ritmos más complicados han sido pensados para sus oídos. Para gozarlos no necesita analizarlos. Lo único que necesita es entregarse y dejar que el ritmo haga de él lo que quiera. Eso ya se lo permite a los ritmos sencillos y comunes. Más tarde, cuando escuche atentamente y no resista en modo alguno al impulso del ritmo, las mayores complejidades rítmicas modernas y los sutiles entrelazamientos rítmicos de la escuela madrigalesca añadirán, sin duda, un nuevo interés a su audición de la música (Copland, 1994:60)

2.- Lo melódico. El sentido de la melodía como conjunto de los sonidos consecutivos y vinculados, es captado intuitivamente como un todo cerrado. “Una melodía…deberá darnos la impresión de cosa consumada e inevitable” (Copland, 1994:61) Y ese sentido unitario no puede alterarse sin que la melodía se vea modificada. De hecho, tal homogeneidad es lo que permite su transposición. Como condición indispensable para este sentido de unidad nos encontramos su pertenencia a una escala –como símbolo de un sistema musical- y será más o menos intenso ese sentido según la complejidad de ésta. Así considerada, la melodía subsiste a los cambios de tonalidad, ritmo, armonía… Señalemos las diferencias entre conceptos tan arraigados en lo melódico como melodía, tema o motivo.

Melodía: estructura indivisible, sistema orgánico de difícil desarrollo pues lleva implícito uno.
Tema: divisible en desarrollo, es más una función que una estructura cerrada, es generador de ideas interrelacionadas. Típico en sonata, variaciones…
Motivo: fracción del tema, según Boris Schloezer. O bien, punto de partida de la construcción temática, según H. Riemann

No olvidemos que la melodía es lo primero que suele llegar al oyente como algo significativo en el orden musical. Y la memoria mantendrá en ella la base de la percepción significativa del discurso musical. “Si la idea del ritmo va unida en nuestra imaginación al movimiento físico, la idea de la melodía va asociada a la emoción intelectual” (Copland, 1994:60) O como apunta Stravinsky: “lo que sobrevive a todo cambio de sistema es la melodía”. En este contexto, qué es la melodía de timbres. Comprendamos que en ella, cada nota de la melodía la ejecuta un instrumento distinto con lo que la dispersión o atomización se produce en su presentación. Además, este tipo de experiencia es iniciada en torno al dodecafonismo, aunque no de forma exclusiva, con lo que algunos autores han hablado de grado cero de lo melódico.

3.- Lo orgánico. La escala es considerada en la música occidental como una sucesión de notas que reivindican un modo de organizar el discurso musical. Desde el punto de vista de la estética, hay que señalar la gran diversidad de escalas y de asociaciones que las distintas culturas han creado. Porque, de hecho, ninguna de ellas obedece a un principio natural o científico. Es decir, todas son arbitrarias.

Las escalas son cristalizaciones de maneras de ordenar y percibir los sonidos que se han ido formando lentamente… y sólo tienen vigencia para determinado círculo de cultura (Hurtado, 1971:74)

No repasaremos todos los sistemas de organización. Sólo dos apuntes sobre la escala temperada igual y los modos. Hay que admitir que esta estructura organizativa tan presente en la música occidental desde el S. XVII, es la más convencional y arbitraria de todas ya que divide la 8ª en 12 partes iguales, lo que evidencia su origen práctico. Por otra parte, el distinto ethos o carácter que era asociado desde la antigüedad grecolatina a los modos musicales, derivó en un pathos opuesto en la bimodalidad mayor-menor tonal. Tanto una cualidad como la otra (ethos/pathos frente a apolíneo/dionisíaco) han significado un elemento para la articulación de las modalidades de belleza musical.

4.- Lo tímbrico. La relación del timbre con los valores estéticos se evidencia de una forma inmediata. Es la parte más sensitiva de la música. Además, las culturas tienden a desarrollar asociaciones entre instrumentos y caracteres, con lo que les presuponen valores extramusicales. Evidentemente, la belleza musical está muy condicionada por estas posturas y por la inmediatez del sonido musical que incluso aislado del resto y sólo como sonido musical ya es valorado como portador de valores estéticos. De aquí, que Copland concluya:

Qué es, pues, lo que decide a escoger uno y no otro [timbre]? Una cosa solamente: que aquel instrumento tiene el timbre con que mejor se expresa el significado de su idea. En otras palabras, su elección está determinada por el valor expresivo de cada instrumento (Copland, 1994:86)

5.- Lo armónico. Muchos autores coinciden en señalar que las relaciones armónicas entre los sonidos constituyen el esqueleto, la estructura básica de la forma musical. ¿Por qué? La armonía proporciona los puntos de tensión y reposo, es decir, los pilares básicos de la llamada sintaxis musical. Este elemento, la armonía, está muy alejado de lo natural sonoro. Tal circunstancia supone la flexibilidad con que admite actualizaciones de todo tipo y por tanto, la relatividad de sus reglas según el concepto de consonancia y disonancia vigente. Se han establecido dos tipologías básicas en la música occidental.

Armonía estática: con centro tonal estable. Viene dada desde las primeras sistematizaciones de este elemento hasta el S. XIX. Su característica principal es la estabilidad de las funciones de cadencia y modulación. O lo que es lo mismo: estatismo frente a fluencia. Así, los acordes tienen una caracterización al margen de su relación con el contexto.

Armonía fluctuante: con centro tonal variable. Se desarrolla desde el S. XIX a nuestros días. El acorde pierde su estabilidad como representativo de un grado de la tonalidad. De ahí, que sean más bien agrupaciones armónicas que según el contexto son consideradas consonantes o disonantes. Circunstancia que nos lleva hacia la emancipación de la disonancia. Perdido el punto de referencia, la armonía ya no es un juego de posiciones fijas, sino de campos de tensión diversamente organizados.

Al margen de todo lo dicho, añadir que la armonía ha reivindicado para sí, desde el Romanticismo, valores sensuales propios del timbre musical. Este aspecto más sensitivo, ha alejado a la armonía tradicional de su servidumbre a normativas que sólo podían regular la falta más absoluta de criterio musical.

6.- Lo textural. Definida, la textura, como la distribución o disposición de los hilos en un tejido, ha pasado al terreno del arte tanto para describir la calidad de las superficies en la plástica como la forma en que se entrelazan los elementos musicales. La valoración estética de la textura considera tres clases fundamentales: monofónica, homofónica y polifónica. Lo más importante parece ser la toma de conciencia, por el oyente, de las distintas texturas. Sensibilizarse ante esta realidad es el punto de partida de una escucha inteligente y activa. Poder valorar hasta qué punto domina en una textura lo vertical sobre lo horizontal como resultado de una enfatización.

7.- Lo formal. Sólo por influencia del análisis formal ha pasado a primer plano en las investigaciones estéticas el interés por la forma musical. Se entiende que esta forma puede representar un significado en el más amplio sentido que le quiso dar el romanticismo. O bien, se limita su acción a una organización estructural como sistema de relaciones, que puede seguir un tipo de disposiciones genéricas –las formas clásicas- o no. Para la estética musical este último sentido es el de mayor interés ya que puede advertirnos de los contrastes que una obra contiene y por qué. Lo que señalaría la relación entre la forma musical y nuestra percepción como un acto de inteligencia. Así, que aunque admitamos que resulta más sencillo reconocer melodías y ritmos una de las experiencias fundamentales en la escucha musical es advertir el plan que subyace en una composición lo que nos permite entender la estructura como la organización del material utilizado.

Entendida como se debe, la forma no puede ser más que el crecimiento gradual de un organismo vivo a partir de cualquier premisa que el compositor escoja… ‘la forma de toda auténtica pieza de música es única’ El contenido musical es lo que determina la forma (Copland, 1994:115)

El gran principio que articula el discurso musical es la repetición, bien sea exacta, por secciones o simétrica, con variación, tratamiento contrapuntístico, con desarrollo, o bien se omita la repetición hacia formas de tipo libre.
Como hemos podido observar a lo largo de este extenso punto, las modalidades de belleza: sensual, expresiva o intelectual son abordadas por estas categorías estético-musicales de muy distinta forma e intensidad.
Ampliemos, ya que así se nos pide, el concepto de armonía

A su vez, cuanto de la música se sirve de la voz para su audición, fue dado por la armonía que tiene movimientos semejantes a las revoluciones de nuestra alma. Parece que es provechosa para quien se sirve de ella junto con la razón, acompañado por la Musas, no para un placer irracional, como ocurre hoy, sino que las Musas nos la dieron como ayuda para arreglar y ajustar consigo misma la revolución disonante del alma nuestra (Platón, Timeo, 47c-47d)

Esta visión de la música como armonización de opuestos fue defendido ya por los pitagóricos: "La música… es la base del acuerdo entre las cosas de la naturaleza y del mejor gobierno en el universo" (Theon de Esmirna¸ Mathematica, en Rowell, 1985:49)

Por tanto, el concepto de armonía tuvo amplio desarrollo en la antigüedad grecolatina, donde harmonics era el nombre que se daba a la ciencia de los sonidos y harmoniai al conjunto de las escalas musicales o modos. Regular estos conceptos desde los números, proporciones o relaciones acústicas era algo de esperar. Además, que en matemáticas la serie armónica de los números (1, ½, 1/3, ¼, 1/5…) represente las divisiones del monocordio y los sonidos resultantes fue el principio de las relaciones básicas entre los intervalos consonantes. Como dice Aristóteles en su Metafísica: “Ello suponía que los elementos de los números eran los elementos de todas las cosas y que todo el cielo era un escala musical (harmonian) y un número” (en Rowell, 1985:50)

Bien, tampoco descubrió nada nuevo ya que la idea de asociar un Macrocosmos (universo conocido por ellos) a un Microcosmos (representativo del cuerpo humano como cosmos particular) a través de la música y las relaciones numéricas compartidas bajo el concepto de música de las esferas, ya viene enunciada desde la antigua Mesopotamia. Concluye Rowell:

Es fácil criticar esta pintura de un universo ideal con sus implicaciones de que ‘las cosas deberían ser de determinada manera’ y ‘un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar’. Pero le dio a la música un papel poderoso en la sociedad y marcó el camino para que se le aceptara como arte independiente (1985:52)

Lo que no aclara Rowell es que se trataba de la música que no se oye, es decir, de la especulación matemática sobre su naturaleza y no de la que hoy entendemos como tal, es decir, la que suena. De hecho, la música creyó encontrar en la doctrina de la armonía las leyes de los fenómenos musicales que en la Edad Media se erigieron como base de la musica speculativa que propuso Boecio (480-524):

Música mundana: música de las esferas celestiales, de los astros que el hombre no oye porque la escucha desde siempre.
Música humana: armonía en el hombre entre el alma y el cuerpo.
Música instrumentalis: la música hecha por el hombre, imitación imperfecta de las músicas superiores

Y siguiendo este hilo, podemos preguntarnos: ¿por qué un determinado intervalo es entonces consonante y otro no? ¿qué hace posible a la consonancia? Muchos autores han intentado dar respuesta a estar preguntas o a otras similares. Lo que subyace en ellas es el distinto criterio que a lo largo de la historia se utilizó para clasificar los intervalos musicales. De aquí, que podamos hablar de evolución de los conceptos de consonancia y disonancia. Desde luego que ya en Grecia determinados autores de tendencia empírica decidieron que el criterio de la experiencia era el más provechoso. Y un investigador moderno como Hemlholtz concluye de forma similar cuando asegura que: “un intervalo es consonante cuando produce un efecto de suavidad auditiva, y disonante cuando produce un efecto de rudeza” (en Hurtado, 1971) O, como apunta Lipps: “cuanto más tiempo tarda el oído en distinguir si el sonido es 1 ó 2, más consonante es el intervalo” (en Hurtado, 1971)

Pero será A. Schoenberg quien dará el paso definitivo en el nuevo enfoque sobre la consonancia o disonancia de los sonidos musicales. Entiende que la debilitación de la tonalidad no es tanto por la presencia de las disonancias, cuanto del nuevo tratamiento que ellas reciben:
Lo que aporta la impresión de tonalidad no es tanto la ausencia de fórmulas convencionales sino la aparición de un número de sucesiones tonales y acordes que ya no pueden relacionarse fácilmente con la nota fundamental. Cualquier acorde, por disonante que sea, que en cierto modo se incline a una tonalidad, cae en los dominios de la vieja armonía (en Hurtado, 1971)

En este sentido, el S. XX libera, por así decirlo, la disonancia, la emancipa al no tener que resolver en consonancia y ser considerada como consonancia alejada dentro del sistema físico-armónico. La omisión de progresiones normativas desde el punto de vista de la armonía tradicional permitió que se considerara consonante lo menos disonante. Dice Schoenberg: “las disonancias son sólo las consonancias más lejanas” (en Hurtado, 1971)

Por tanto, las proporciones y razones matemáticas han servido para establecer clasificaciones menos subjetivas, pero hay que admitir que no siempre encajaban en la realidad musical. Esto supone que las distintas valoraciones han cambiado a través del tiempo y los autores, sirviendo siempre de apoyo indiscutible de las reglas para la sucesión de los intervalos.

Y muy relacionado con los anteriores contenidos, como el lector podrá comprobar, entramos en la descripción de dos categorías nietzschianas: lo apolíneo y lo dionisíaco. Hasta el propio Nietzsche se hubiera preguntado qué hacen estas categorías estéticas aquí, pero yo no lo haré. Bajo la influencia de Schopenhauer, Nietzsche entiende estas categorías como básicas e irreductibles en el arte de la antigua Grecia. No olvidemos que el bueno de Friedrich era profesor de lenguas clásicas. Su objetivo era fundamentar todas las artes siguiendo un solo principio dual.

1.- Lo Apolíneo está inspirado en el dios griego Apolo como encarnación de un arte contemplativo cuyas obras son moderadas, armónicas y de suma claridad. Es decir, un arte equilibrado, sereno y lúcido.

Estar ebrio y sobrio al mismo tiempo, he aquí el misterio de la verdadera poesía. En esto se distingue la inspiración apolínea de lo simplemente dionisiaco (F. Schelling, en Sourieau, 1998: 117)

Si lo dionisíaco (tal, el coro de la tragedia griega) responde a la voluntad de vivir un mundo de penalidades, lo apolíneo echa un velo sobre el mundo real y crea “un mundo nuevo, más claro, más inteligible y, sin embargo, más fantasmal” (Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, cap. 8, en Sourieau, 1998:118)

2.- Lo Dionisiaco, por su parte, se inspira en Dionisos y encarna un arte de éxtasis embriagador con obras de transgresión, fuerza y destrucción.
Así las cosas, el mundo del arte se divide en dos esferas opuestas, ya que las artes apolíneas son las plásticas en general, la pintura y la epopeya. Mientras que las dionisíacas son dominadas por la danza orgiástica, la música y la lírica. Estas categorías corporizarían el principio dual apuntado, y se suceden en el tiempo de forma cíclica. Lo que facilita bastante una valoración de urgencia de cualquier manifestación artística que se nos presente.
Nietzsche opondrá la ilusión apolínea a la inspiración dionisíaca. Si la primera ve el mundo como obra de arte de una belleza infinita, la segunda permite al hombre tomar consciencia, en una especie de embriaguez, de su unión con la naturaleza entera. Combinar entre sí esas dos inspiraciones constituye la sabiduría trágica. Sabiduría que Aristóteles resume, en lo musical, de la siguiente forma:

Se logrará la medida correcta si los estudiantes de música se retiran de las artes que se practican en los concursos profesionales y no buscan realizar las maravillas de ejecución que están de moda en la actualidad en semejantes concursos… porque en ellos el ejecutante práctica el arte no para su propio crecimiento como artista sino para dar placer, y placer del vulgar, a sus oyentes. Por este motivo, la ejecución de esta música no es parte de un hombre libre sino de un ejecutante pagado, y el resultado es la vulgarización de los ejecutantes” (en Rowell, 1971:48 de su Política)

Y como preparativos para el fin de fiesta, un breve repaso a los distintos modos de ordenación del material sonoro.

1.- Modalidad. El modo es una escala sobre la que se compone una obra musical. Para bien o para mal, en casi todas las culturas estos modos, asociados a un denominado carácter o ethos, han sido regulados en su uso. De aquí, que las escalas modales representen el conjunto de los elementos disponibles en un sistema musical y que formuladas independientemente resulten más neutrales estéticamente que los modos. Los distintos períodos y culturas han demostrado distintas preferencias modales. Si la Edad Media fue interpretada a través de los 8 modos eclesiásticos, tanto en lo religioso como en lo profano, a partir de 1650, aproximadamente, los modos mayor y menor se convierten en los exclusivos de la música occidental: es la tonalidad. Tal cambio, comenzado tímidamente en el Renacimiento, se consolida en el Barroco musical y producirá las grandes estructuras formales de la música instrumental. Sin embargo, mediado el S. XIX, una cierta saturación de la bimodalidad tonal lleva a los compositores hacia el cromatismo más desatado y, algo más tarde, al redescubrimiento de los modos gregorianos y de la modalidad en general con incorporación de culturas exóticas u orientales.

2.- Tonalidad. Como acabamos de apuntar, es bimodal. Se consolida a lo largo del Barroco y sigue ocupando un puesto de preferencia entre los sistemas de composición musical occidentales. Respecto a su antecesor, el sistema de los modos eclesiásticos, la tonalidad acentuó la jerarquización entre los grados de la escala, lo que supuso un énfasis extraordinario del sistema de atracciones que la semitonía subintelecta o musica ficta medieval había puesto en marcha. Así, la relación que se establece entre el acorde de dominante y el de tónica demuestra una cierta potencia psicológica y afectiva a través del juego de tensión y distensión. Pese a toda la debilitación que el Romanticismo introdujo en el sistema desde la ambigüedad tonal, el S. XX se demostró incapaz de desmantelarlo definitivamente. De hecho, los nuevos revestimientos que legó sólo han servido para fortalecer un sistema que muestra una mala salud de hierro, como si dijéramos.

3.- Atonalidad. Considerada en un sentido amplio, el término nombra a cualquier forma de composición o sistema musical que establece estructuras distintas a las tonales y modales. En el proceso de debilitación de la tonalidad, la escala cromática cumplió el papel de puente entre tonalidades más alejadas de lo habitual. La primera consecuencia, como antes apuntábamos, fue la inestabilidad del sistema tonal. El uso masivo del acorde de 7ª disminuida y las distintas direcciones resolutivas es un factor indiscutible de tal proceso. El llamado cromatismo funcional de Wagner no fue sino la constatación de que la tonalidad podía ser utilizada con la ambigüedad que ya el sistema modal demostró anteriormente. Pero un momento crucial será la suspensión de las funciones tonales dentro del sistema temperado igual a principios del S. XX. Uno de sus promotores fue, sin duda, A. Schoenberg. Aunque la neomodalidad de Debussy, la politonalidad de Stravinsky o Milhaud y los modos exóticos o imaginarios de Messiaen sirvieron para corporizar la denominada atonalidad.
Entre 1908-1910 se producen las primeras obras atonales que aún concluyen con acordes perfectos: último movimiento del 2º cuarteto de cuerda de A. Schoenberg o la Sonata para piano, Op. 1 de A. Berg. Pero la primera obra donde las funciones tonales quedan totalmente abolidas en el Pierrot Lunaire (1912) de Schoenberg. Obra inscrita en el expresionismo musical y que supondrá del desarrollo de un atonalismo anárquico y absoluto, un breve impasse a la espera de su regulación bajo los dictados del llamado Dodecafonismo. Momento, además, que coincide con el rechazo generalizado en las artes de la tradición.

4.- Dodecafonismo. Este sistema de composición es el primero en la historia de la música que se establece a priori, es decir, antes de que exista una obra musical que podamos decir que pertenece a él. No se funda en la escala diatónica clásica, sino que utiliza los 12 sonidos de la escala cromática. Aparece como técnica compositiva en 1923 en la Suite para piano Op. 23 de Schoenberg. Y nunca fue considera por él como una variante de la atonalidad, sino más bien como una ampliación de la tonalidad, una especie de pantonalidad. Se caracteriza por el uso sistemático de la serie de 12 sonidos de la escala cromática y supone un intento de democratizar la armonía despojándola de todos los privilegios y prohibiciones tradicionales. Eso sí, para establecer otro número de reglas tan arbitrarias, en este sentido, como las anteriores, o más.
La serie, que no es más que la ordenación, atendiendo a una serie de reglas, de la escala cromática, se presenta tanto en el orden original como en el retrógrado, el invertido y el retrógrado invertido, junto a las transposiciones. Hay que entender, por tanto, que el dodecafonismo es una técnica de trabajo sobre las alturas del sonido, sobre los intervalos de las notas. Valorado a renglón pasado, hay que admitir que sirvió como preámbulo de los cambios más notorios en el lenguaje musical contemporáneo. Pero también conviene admitir que le pronosticaron más futuro del que realmente tuvo.

5.- Serialismo. Consecuencia directa del dodecafonismo, el serialismo llevo la idea del orden serial no sólo a las alturas, sino también a los demás elementos musicales: duración, intensidad, timbre o texturas. He aquí la razón de la denominación que en los años 50 recibió de música serial integral. A partir de Anton Webern las operaciones seriales se complicaron sin cesar, haciendo resaltar lo orgánico del trabajo sobre la serie con relación a toda la obra. Así, en el serialismo integral cada sonido está provisto de propiedades específicas, como algo individualizado y distanciado de lo que le rodea. Los hechos sonoros, por decirlo de alguna forma, se comunican, así, sin la habitual necesidad de memorización y tensión psicológica, vamos una especie de grado cero de la escritura musical.

6.- Microtonalismo. Las búsquedas de innovación musical a lo largo del S. XX, también tuvieron en cuenta la recuperación de intervalos menores del semitono para la música occidental. Conocidos desde la antigüedad, y expuestos en las teorías musicales seguidoras de la tradición pitagórica, su uso está atestiguado desde la Edad Media y fue reivindicado en el Renacimiento (recordemos el archicémbalo de Nicola Vicentino)

Aunque en el S. XIX comenzó la reutilización de los intervalos musicales con Fromental Halévy y su cantata Prometeo encadenado, 1847 dividiendo el semitono; o John Foulds en su Cuarteto de cuerda de 1897, primera obra microtonal que utiliza formas tradicionales; o Richard Stein con sus Zwei Koncertstücke Op. 26 compuesta en cuartos de tono y primera obra publicada de este estilo en 1906; además de las descripciones de instrumentos microtonales, como la de 1892 de G.A. Behrens-Senegalden para un piano portátil de cuartos de tono; fue sin duda el S. XX quien amplía y consolida definitivamente estas búsquedas. Así, en 1907 F. Busoni propone una escala de 1/6 de tono fijada en un armonio de 2 manuales construido para él en 1911. Diez años después, en 1917 Willi von Moellendorf tocó y habló sobre su armonio de ¼ de tono en la Tonkünstlerverein de Viena. Una reseña de tal concierto animó a Alois Hába, músico checo, a componer su primera pieza de ¼ de tono, es la Suite para Orquesta, 1917. Tres años después, en 1920 el compositor ruso Ivan Vishnegradsky comienza en Francia la construcción de un piano por ¼ de tono. Pero será Hába, conocido suyo, quien acabará construyendo tres prototipos de piano por ¼ de tono entre 1924 y 1931. De hecho, es este compositor quien en 1924 había conseguido crear el departamento de música microtonal del Conservatorio de Praga. De aquí, que fuese considerado el representante europeo más señalado de esta tendencia musical.
En EEUU, ya en 1895, el mexicano Julián Carrillo investiga los ¼ de tono en piezas para violín. Y en 1917, compositores como Hanson y Charles Ives experimentan con música compuesta para 2 pianos afinados con una diferencia de ¼ de tono. Poco a poco estos intervalos fueron utilizados incluso de forma superficial, como efecto colorista, por músicos más convencionales como Bloch o Copland. Y en 1930, el propio Carrillo forma una Orquesta Sonido Trece, con una clara referencia a los sonidos que están fuera de los tradicionales 12 de la escala cromática, y para la que compondrá diversas obras. Asimismo, en 1940 patenta pianos microtonales que serán construidos en la década de los 50 en Alemania y que pasan por ser los más satisfactorios. Sin embargo, estos usos microtonales no acabarán de cuajar en la música con instrumentos convencionales. Es en el campo de la música electroacústica donde su desarrollo será relamente amplio.

7.- Aleatoriedad. Del latín alea, dado para el juego, y, por extensión, azar: lo que es debido al azar, viene esta tendencia creativa que admite tal parámetro en el arte. Aunque lo producido dentro de lo casual siempre ha sido admitido en el arte, no se consideraba esta cualidad como principio orgánico. Con el desarrollo del cálculo de probabilidades y la combinatoria, es John Cage quien en torno a 1955 abre el camino en música y en otras ramas estéticas. Los procedimientos para admitir el azar son múltiples, desde articular el orden de eventos de una obra hasta basar la naturaleza de tal evento en lo casual. No necesariamente, el azar determina la totalidad de la composición. Pero, además, la intervención del azar puede ser perfectamente determinada por unas condiciones previas. Es lo que se denomina Estocástica, donde determinados fenómenos dependerán de una variable aleatoria. Es decir, nos encontramos con obras cuyo principio de composición comprende un recurso sistemático al azar, a través de algún procedimiento reglamentado. Por tanto, lo estocástico, aunque cercano a lo aleatorio, no es sinónimo, pues en este último caso no sólo depende del azar sino de un azar provocado de manera consciente. Por ejemplo, tomada una serie de piezas o fórmulas musicales, será el azar el que decida las que se interpretan. Posteriormente, combinaremos sistemáticamente esos fragmentos musicales según un criterio establecido.

Algunas de estas vanguardias llevaron en su día a plantearse la posible crisis del concepto de belleza musical. Y digo posible, porque de lo que realmente estamos hablando es de la crisis del concepto tradicional de belleza musical. Y no me parece banal la diferenciación, sobre todo porque éste último, el tradicional, tampoco parece que este en la UVI. De todas formas si partimos de definiciones clásicas del concepto de belleza como aquello armonioso, bien proporcionado, agradable y bueno (Shaftesbury, 1690-1718) es posible que nos atrevamos a cuestionar tal definición a la luz de algunas obras musicales del S. XX. Pero otras del tipo: placer desinteresado, finalidad sin la representación del fin (Kant, 1724-1804) permiten vislumbrar un amplio, pero preciso, concepto de belleza que podemos aplicar a las más progresistas muestras de música. Y no digamos si son Hegel (1770-1831) o Taine (1828-1893) los autores de referencia: el reflejo de la idea en la materia; la expresión sensible de la Verdad (Hegel) la manifestación de una idea importante realizada de modo que supere a la realidad (Taine) Fijémonos, que si eliminamos ese regusto por la trascendencia tan decimonónico, lo que acabamos de leer entra de lleno en las expectativas que los creadores actuales pueden tener sobre lo bello artístico, y, en particular, por lo bello musical.
No negaremos que alrededor de los años 50 del pasado siglo, se produjo una dispersión estética tal que imposibilita una concepción unitaria de la belleza musical. Liberar al músico de cualquier vínculo con la tradición, a través de la música electroacústica; o permitir que el azar determine buena parte de los fenómenos sonoros permite entender una crisis del concepto tradicional de la belleza musical como algo encerrado en una forma bien determinada. Pero si despojamos de aquello contingente que toda manifestación musical tiene de su propio tiempo, sigue vigente, con la misma terquedad de siempre, el problema del lenguaje musical y de su belleza.


Anton Bruckner seguido de Hanslick, que tanto le criticó, y otros

miércoles, 9 de febrero de 2011

Schumann / Beethoven

Manuscrito autógrafo de la Sexta

"Los críticos siempre desean saber lo que el propio compositor no puede decirles; y algunas veces apenas comprenden la décima parte de aquello sobre lo que están hablando. ¡Cielo santo! ¿Llegará alguna vez el día en que la gente deje de preguntarnos lo que queremos dar a entender con nuestras sublimes composiciones?. Sigan con sus elucubraciones y déjennos en paz (...). Beethoven se dio cuenta del peligro que corría en la Sinfonía Pastoral. ¿Pretendió expresarse a sí mismo? Afirmar esto sería tan absurdo como pensar que un pintor ha hecho su autorretrato en aquella obra en la que aparece un hombre sentado junto a un arroyo, con la cabeza oculta en sus manos, escuchando el murmullo del agua"
(R. Schumann)

"La música es el único acceso incorpóreo a un mundo superior del saber que engloba al hombre, pero que él no es capaz de comprender. Hace falta ritmo del espíritu para poder captar la música en su esen­cia, ella da presentimiento, inspiración de ciencias celestiales y lo que el espíritu percibe de ella a través de los sentidos es la composición de conocimientos espirituales... Pero pocos lo logran... muchos cultivan la música sin que se les revele. También ella, como todo arte, tiene por base los altos símbolos del sentido moral, toda verdadera invención representa un progreso moral"
(L. van Beethoven)

lunes, 31 de enero de 2011

El sexto

El sexto

La obra musical. El objeto sonoro: nociones generales de acústi­ca. Parámetros musicales (altura, duración, intensidad, timbre, textu­ra, forma...) Distintas clasificaciones de la música. El problema de los géneros musicales. La obra musical y el proceso de comunicación musical. La obra abierta.

Sobre el concepto de obra musical nos propone, este sexto, una serie de reflexiones de relación un tanto forzadas. Hablaremos del objeto sonoro y de los parámetros musicales que intentan describirlo, para a renglón seguido entrar en clasificaciones de la música, géneros musicales y el proceso de comunicación musical, cosa que debería haber aparecido a continuación de los parámetros. Para acabar con una breve noticia de la opera aperta de U. Eco.

Y hablando de opera, ya sabemos que el término obra procede de esta palabra latina, opera. Pero que hereda la mayor parte de sus acepciones musicales y artísticas de opus, como trabajo, resultado del trabajo, objeto fabricado. Y este último sentido es el que más le interesa a la Estética. Una obra de arte es, por tanto, cosa material, existe objetivamente y se percibe por medio de los sentidos. Es claro, que se distingue entre aquellas artes cuyas obras salen directamente de las manos del autor (pintura, escultura…) y otras que producen varios grados de existencia (música, teatro…) En este sentido una partitura es obra, ya que leída produce unas imágenes auditivas. Pero requiere una ejecución, donde la obra se determina como los sonidos recibidos. Porque, como dice M. Dufrenne:

Hay que admitir una verdad de la obra, independientemente de la ejecución o anterior a ella… Este ser de la obra lo revela la ejecución realizándola (en Phenomenologie de l’experiance esthetique, 1ª parte, cap. II)

Es así, que la obra musical, demuestra a las claras que la obra es resultado de una actividad productora y como otras manifestaciones artísticas, resultado de una actividad del espíritu. El propio L. da Vinci certificaba que “la pintura es algo mental”, con lo que incorporaba a la obra las intenciones más o menos explícitas del autor. Apunta Panofsky en El significado de las artes visuales:

Cuando yo escribo a un amigo para invitarlo a cenar, mi carta es, primeramente un instrumento de comunicación; pero cuanta más atención presto a la forma de mi escritura, tanto más tiende a convertirse en una obra de caligrafía; cuanto más atento estoy a la forma del lenguaje, tanto más tiende a convertirse en una obra literaria o poética.

Pero además, la obra depende en última instancia de quien la recibe, dotándola de su pleno sentido. Y del público se espera que:

Participe en el juego… lo que la obra espera del receptor responde a lo que ésta ha previsto para él… el público tiene también la libertad de interpretar, ya no participando en ella, sino comprendiéndola, hasta el punto que la significación de la obra y su misma densidad varían según lo que los diversos espectadores encuentren en ella. Pero está en ella lo que ellos encuentran (Panofsky)

De aquí, la idea defendida por algunos sobre la inagotabilidad de la obra que contendría un número infinito de interpretaciones. Por tanto, la obra es materia, producto, pensamiento y como conjunto de todo ello nace su ipseidad, es decir, cosa en sí misma. Portadora de un principio de organización interna que la delimita respecto al resto. Sistema orgánico cuyas partes se necesitan: entidad viva.

En el ámbito musical, dice E. Sourieau que la obra musical es un conjunto de cuerpos de recambio:

• Como objeto: partitura. Que ofrece las características de permanencia, espacialidad, peso, color, dimensión, etc.

• Como signos escritos: están contenidos en el objeto. Hay que descifrarlos –la notación musical- y convertirlos en sonidos. Signos que pueden ser analizados, clasificados, estudiados…

• Como complejo sonoro: es la obra propiamente dicha. Ya que tiene sentido y estructura determinada en el tiempo

• Como obra de arte: portadora de un valor en el contexto ya estudiado de la axiología del arte.

• Como mensaje del artista o época: es una actividad del pensamiento o sentido último final de valor espiritual

Como acabamos de constatar, la obra musical es fundamentalmente un objeto sonoro y como tal se le ha intentado describir desde los elementos que constituyen todo sonido para lo cual la intervención de la acústica ha sido crucial. Revisemos algunas nociones generales de acústica y su tipología.

La música es arte de los sonidos donde tradicionalmente no entra el discurso hablado o escrito que no sea cantado. Considerada como objeto sonoro lo primero que deberemos preguntarnos es por el sonido. ¿Qué es el sonido? Lo conocemos como fenómeno vibratorio de frecuencia determinada y está caracterizado por la altura, la intensidad, la duración y el timbre. De aquí, que la música se considere un arte del oído y del tiempo donde los sonidos se distribuyen tanto sucesivamente como simultáneamente. ¿En qué se distingue del ruido? Veamos. La mayor parte de los sonidos contienen vibraciones secundarias, es decir, no son sonidos puros de una sola frecuencia de vibración. Estas vibraciones determinan el timbre y tanto en cuanto se hacen más complejas se llega al ruido como mezcla de sonidos inconexos. Por tanto, la música como objeto sonoro es el arte de distribuir en el tiempo las sensaciones auditivas que produce un cuerpo en vibración.

Demos un pequeño vistazo a la ciencia que estudia los sonidos, la acústica. Actualmente se han desarrollado estudios específicos que partiendo de la acústica general se centran en aspectos fisiológicos, musicales, arquitecturales o electroacústicos. Así, si la acústica general se ocupa de la naturaleza del sonido, su producción y propagación, la fisiológica investiga la percepción de los sonidos, estudiando el oído y las condiciones en que desarrollar la acústica musical o arquitectónica. La acústica musical limita su estudio a los sonidos musicales en oposición a los ruidos. Además de las coincidencias con la general y la fisiológica ha desarrollado dos grandes tradiciones: la pitagórica (de tipo matemático-abstracta con Pitágoras, Zarlino, Rameau…) y la psicofisiológica (psicofisiología de la percepción con Helmholtz, Stump…) Por tanto, entra en el terreno de lo físico, empírico o experimental, sobre todo cuando trata de la fabricación de los instrumentos musicales. En cuanto a la que se ocupa de los espacios arquitectónicos, la llamada acústica de salas intenta establecer normas sobre la existencia de ecos, reverberación, etc. Sobre la electroacústica, todo parece indicar que se interesa por la producción de sonidos con instrumentos electrónicos la reproducción y grabación, así como la transmisión.

Más allá de estas cuestiones técnicas, nos interesa reflejar cómo o en qué sentido se relaciona la acústica con la estética. De todos los sistemas musicales que la cultura occidental ha desarrollado, sólo la tonalidad parece encajar –en buena medida- dentro del fenómeno físico-armónico, pero no sin problemas. De hecho, cualidades estéticas asignadas a algunos elementos musicales no son confirmadas desde el punto de vista acústico. Por ejemplo, la cualidad de estabilidad o inestabilidad que se adjudican al acorde mayor o a su segunda inversión, no serían disculpadas desde el punto de vista de las proporciones acústicas. Y es que la música es un arte cuya materia prima no se encuentra en la naturaleza. Por tanto, lo bello natural no se da en la música. “El ruiseñor canta mal”, decía Jean Cocteau, queriendo indicar que la música obedece a normas y principios convencionales. Puede que esta sea una de las razones que ha permitido el cambio en los sistemas musicales a lo largo de la historia.

Retomemos, al hilo de la acústica, los llamados parámetros musicales nombrados hace unos momentos. Y uno de los primeros que debemos nombrar es sin lugar a dudas el silencio. De gran importancia musical, no es un espacio muerto ya que gracias a él se crea tensión o se libera energía. Pueden ser interruptivos o no, medidos de forma estricta o libre y puede ir de la mera puntuación hasta las separaciones significativas entre secciones o movimientos. El sonido es valorado científicamente en función de cuatro cualidades básicas:

Altura (depende de la frecuencia de onda) regula todo lo concerniente a escalas, intervalos y relaciones armónicas. Es definida como la cualidad percibida de un sonido en función de su frecuencia fundamental o número de oscilaciones por segundo. A mayor frecuencia el sonido es más agudo y a menor, más grave. Las frecuencias musicales útiles son menores que las que percibe el oído y pueden verse alteradas tanto por factores externos del entorno como por la forma de la onda. Desde el punto de vista estético hay que apuntar el vibrato como una desviación sostenida de frecuencia que aceptamos como corrección. Se acepta que su origen está en la imitación instrumental de la voz humana, donde una pequeña variación de altura acompañada por pulsos sincrónicos nos causa una sensación agradable de flexibilidad y riqueza de sonido.

Dinámica (depende de la amplitud de onda) articula los matices de volumen y sus relaciones con la expresión y la interpretación. La intensidad de los sonidos se mide en decibeles. Ha sido estudiada en cuanto a sus efectos estéticos y se ha constatado que los cambios dinámicos producen: sensaciones de placer o displacer, percepción del orden musical, ambigüedad en la valoración de cualidades como lo consonante y lo disonante, alteración en la percepción de frecuencias.

Duración de los sonidos y su vinculación con la agógica con el tempo, la medida y el ritmo. La duración de los sonidos o silencios se indica mediante la notación musical actual de forma precisa, aunque la interpretación permita cierta flexibilidad.

Timbre (depende de la forma de la onda) determina el color de los instrumentos y las voces. Es una de las cualidades del sonido de más difícil sistematización ya que depende también de la cantidad, distribución e intensidad de los armónicos. Esta cualidad diferencia el sonido de los instrumentos. Y no deja de ser interesante que si la psicología de la música nos confirma que la percepción musical depende de una actividad selectiva, y de ahí que lo que se oye no es exactamente lo que percibe el tímpano, el timbre es “el rostro y la voz del instrumento” (Sourieau, 1998:1028) Por lo que algunos afirman que los colores o la paleta de un músico son como su propia firma.

En esta panorámica estética sobre la obra musical, se ha incluido una última parte centrada en aspectos de tipo misceláneo como las distintas clasificaciones de la música y otras que veremos. El lugar ocupado por la música en las distintas clasificaciones de las Bellas Artes ha variado bastante en la historia según el criterio utilizado de valoración del arte. Así, los que siguieron el precepto de la imitación de la naturaleza o el juicio de la razón, colocaron a la música a niveles muy bajos:

• D’Alembert: “La música, que habla a la vez a la imaginación y a los sentidos, se halla en el último peldaño de la imitación [de la naturaleza] no porque su imitación sea más imperfecta en cuanto a lo que se propone representar, sino porque, hasta el presente, se ha limitado, parece, a un reducido número de imágenes” (Enciclopedia, en Zamacois, 1997:214)
• Kant: “Si bien este arte nos habla sólo por sensaciones, inconceptualmente, sin ofrecer nada a la reflexión, conmueve el espíritu de modo más vario e íntimo, aunque de forma pasajera, por la cual se trata de placer más que de cultura, tenga menos valor que las otra bellas artes” (Crítica de la razón en Zamacois, 1997:214)

Otros, siguiendo distinto enfoque colocan a la música en los puestos más altos, son fundamentalmente los filósofos idealistas:

• Schopenhauer: “La música no es, como las otras artes, imagen de ideas, sino imagen de la voluntad, y sus ideas son también objetividades. Es debido a ello que el efecto de la Música resulta mucho más insinuante y poderoso que el de las otras artes, pues éstas nos dan únicamente el reflejo y aquélla nos proporciona la misma esencia (El mundo como voluntad y representación, en Zamacois, 1997:215)
• Mme. De Satël lo dice de forma + simple: “La Música es, de todas las bellas artes, la que influye de modo más directo sobre el espíritu, ya que mientras las demás nos conducen hacia una determinada idea, ella penetra hasta lo más íntimo de nuestro ser y muda radicalmente nuestra disposición interior” (en Zamacois, 1997:215)
• Herder: “¿Es la música superior a todo arte que se refiere al dominio visual? Por mi parte responderé que sí, como lo es todo lo del espíritu con respecto al cuerpo, ya que la música es espíritu y se halla emparentada con el movimiento, potencia íntima de la gran Naturaleza. El mundo de lo invisible, ese mundo que no puede serle representado al hombre, se lo comunica, a su manera y de la única posible, la música” (Kalligone, en Zamacois, 1997:215)

Tal vez de mayor importancia, es el hecho de reivindicar para la música un lugar principal, pero en relación dialéctica con el resto de las artes:

• Hegel: “Está [la M.] en oposición con la Pintura. Ella representa el sentimiento invisible, sin forma, que si bien para manifestarse necesita de un elemento exterior, tal elemento desaparece rápidamente, borrándose a sí mismo. De ahí que el alma y el espíritu, en su completa unidad, en su subjetividad, el corazón y la impresión más pura constituyan la esencia de este arte” (en Zamacois, 1997:216)

Desde la antigüedad, la música ha sido una actividad de difícil ordenación. Emparejada con la poesía en la Antigua Grecia como fruto de una inspiración irracional, su incorporación al arte coincide con la eliminación de las artesanías y las ciencias de ese grupo de actividades. A diferencia de las apotelécticas, las artes prácticas, como la música, son las que necesitan de intérpretes.

Durante la Edad Media se acabará distinguiendo entre las artes liberales y las mecánicas (los oficios gremiales) Aunque liberal, la música se desglosa en speculativa (matemáticas, cosmología…) y la práctica, inferior a la anterior y donde comienza su subordinación –sobre todo de la instrumental- al resto de las artes.

A lo largo del Renacimiento y el Barroco aparecerán las típicas jerarquizaciones del pensamiento racionalista que comentábamos más arriba.

Y abordamos, así, el problema de los géneros musicales. Se ha escrito mucho, tal vez demasiado, sobre la teoría de los géneros. Casi siempre han intentado fijar unas normas de definición de los géneros, pero vista su total falta de sistematización –dada la confusión entre género y repertorio- y, reconozcámoslo, su inutilidad, actualmente intentan fijar más bien criterios descriptivos. Los géneros musicales han buscado infructuosamente poder agrupar de forma cerrada las obras de arte musical, fijando así los límites de la expresión musical. Por lo que sabemos, los distintos géneros musicales se ha ido constituyendo a través del tiempo, sufriendo la natural evolución marcada por los gustos estéticos.

Existe un proyecto de Enciclopedia de los géneros musicales en 13 volúmenes con un volumen dedicado, nada más ni nada menos, que a la teoría de los géneros. Y parece que los factores determinantes de los géneros musicales podrían ser:

1.- Según un modelo móvil específico: minueto, marcha…
2.- Besetzung, término alemán indicativo de la instrumentación, orquestación… cuarteto de cuerda, coro…
3.- Presencia de texto: canto, misa, ópera…
4.- Función específica: preludio, serenata…
5.- Modo de ejecución: sonatas de iglesia o cámara, por ejemplo.

Sin embargo, lo que no acaba de conseguir unanimidad es saber ¿Cómo se combinan esos factores entre sí? ¿Qué significado propio tienen? ¿Hasta qué punto transmiten aspectos sociales? Tal situación ha llevado a considerar que los géneros como categorías son susceptibles de transformación, una especie de ámbitos que implican una convención o consenso que puede ser transgredida.

En este sentido, podemos decir que la música occidental comienza con un solo género vocal monódico, para pasar posteriormente al desarrollo de la polifonía vocal y vocal instrumental, de la que se segregaría posteriormente la instrumental. Y así, hasta el S. XVIII, los distintos géneros vienen determinados por su función representativa o litúrgica, el tipo de texto y status de estilo o forma de composición. Hacia el S. XIX, considerada la música como arte autónomo, se entrevé la relación entre los géneros y las instituciones sociales e incluso el principio editorial de besetzung (pieza lírica para piano, poesía sinfónica…) Tal variedad de posibilidades lleva en el S. XX a apuntar la posibilidad del vacío de los géneros, pero la vigencia de los géneros tradicionales, incluso en compositores de vanguardia, hace que acabe desestimándose tal posibilidad. Por si fuera poca la confusión, además encontraremos la identificación entre formas que han tenido mucho desarrollo y su categorización como género: forma sonata, motete…

¿Cómo concluir esta ceremonia de la confusión? No resulta sencillo, pero uno de los criterios que se muestra más estable es el basado en medios y formaciones: vocal, vocal-instrumental e instrumental. Veamos:

• El vocal, sería a su vez: monodia o polifonía
• El instrumental: sinfónico, camerístico, orquesta o banda e instrumentos solos
• El vocal-instrumental: representado o no representado

Aunque repertorios como el de la música incidental, la danza o el baile puedan resultar de clasificación ambigua.

Bueno, abordemos, para ir finalizando, el proceso de comunicación musical. Sabemos que la teoría general de la comunicación tiene como condición general la posesión bilateral de un código, es decir, si no conocemos determinado lenguaje la comunicación no puede producirse a través de ese medio, aunque pensemos que en el terreno del arte la transmisión no es sólo lógica sino también de tipo afectiva. Cuando consideramos la relación artista-público es cuando comienza el problema de la comunicación. De hecho, el poder comunicativo de una obra de arte no depende directamente de su valor estético. Jung decía que la comunicación estética era posible por la aplicación de arquetipos que hacían intervenir el inconsciente colectivo. Es decir, se produce una identificación no necesariamente emparentada con los valores estéticos de la obra de arte, sino más bien con la posesión bilateral de un código, como antes señalábamos. De aquí, que tengamos que considerar el concepto de convención dentro de la comunicación musical. Desde distintos niveles podemos rastrear tal acuerdo social: asociación de instrumentos y caracteres o situaciones, leyes de formas musicales como convención de su valor orgánico, los propios sistemas musicales (escalas, series…) o la conocida retórica musical. Una de las disciplinas que ha intentado aclarar los términos en que se produce la comunicación fue la lingüística estructural de Saussure. Partimos de los conceptos de significante y significado. Se admite, en el proceso de comunicación la existencia del significante como fenómeno perceptible por los sentidos. Un emisor que lo propaga. Un receptor que dará sentido y lo interpretará. Y un significado dependiente del código convencional. Dicho esto, advirtamos que este sistema de comunicación lingüística cuando pretendemos aplicarlo directamente a la música se torna más inestable dada la ambigüedad del código musical.

Y para finalizar, Umberto Eco y su concepto de obra abierta. Este semiótico y esteta italiano desarrolló en la década de los ’60 lo que él llamaba Opera aperta para dar salida, en música, a la generalización del principio serial (serialismo integral de Boulez o Stockhausen) como camino complejo y cerrado para el intérprete. Aunque en su momento tuvo cierta repercusión, su vida fue efímera ya que acabaría imponiéndose la idea de música indeterminada defendida por músicos norteamericanos como Cage, Feldman, Wolff y otros. La obra abierta generó composiciones donde el intérprete decidía con mayor margen o flexibilidad sobre la realidad sonora de la obra. Por ejemplo, en el Klavierstück XI de Stockhausen, el pianista puede decidir en qué orden van a sonar los 18 fragmentos de los que consta. Sin embargo, frente a la indeterminación americana, la obra abierta no acabó de prosperar.

domingo, 9 de enero de 2011

El quinto

El quinto

Ámbitos de la estética musical. Estética filosófica de la música. Estética psicológica de la música. Estética sociológica de la música. Estética morfológica de la música. Estética comparada.

Si de los ámbitos de la estética musical hemos de hablar, es lógico que, tal y como adelantábamos en el apartado dedicado a los métodos de la estética, y que más adelante insistíamos en los métodos de la estética musical, recordemos que del tronco formado por la filosofía del arte y la ciencia del arte han ido brotando estudios desde distintas tendencias sobre la estética musical. Obvio. En los diferentes enfoques, la reflexión filosófica en torno a la música es la base, pero el hecho de tener que desarrollar la estética psicológica, sociológica, morfológica, etc. de la música, ha obligado a precisar qué contenidos son los más propiamente filosóficos a lo largo de la historia de la estética. No ocultaremos que aunque el repaso de modalidades es más que suficiente, algunas de más reciente desarrollo –v.gr. la semiótica- no encuentran fácil acomodo en el plan propuesto.

La estética filosófica de la música es necesariamente la primera que comentaremos. De hecho, hablar de ella es hablar en sustancia de la práctica totalidad de ideas que en torno a la música han ido desgranándose en la historia de la cultura. Desde la antigüedad se ha intentado explicar qué es la creación, la contemplación, la esencia o el modo de existencia de la música. Y casi siempre las valoraciones han tomado como apoyo a la ética, la moral o la religión. Lo que ha favorecido una hermenéutica (es decir, una teoría de interpretación) casi siempre de clara raíz metafísica u ontológica. Vamos, con muy poco apoyo en realidades concretas y experiencias más o menos particulares. Si seguimos los 4 períodos principales de la historia, comprobamos que esta estética, aun manteniendo elementos comunes o transversales, ha cambiado su ropaje sin demasiada fortuna. Desde las primeras reflexiones en torno a la música por Homero o los presocráticos hasta la llegada del cristianismo, la Antigüedad trata la belleza y el arte de modo independiente. Y, además, como ya sabemos, las artes no se engloban en un concepto unitario, existiendo una clara jerarquía entre músicos, artesanos o artes mecánicas (plástica y arquitectura) Los pitagóricos (S. VI a.C.) se encargaron de relacionar los sonidos musicales con los números siguiendo las tradiciones de Asia Menor y Egipto. Y de esta perspectiva no se desharán ni la Grecia clásica ni la Edad Media. Platón nos habla de una idea superior de belleza, como algo de difícil consecución. Para él, el arte imita a la naturaleza que a su vez imita la idea eterna. De ahí, que el arte esté dos niveles por debajo de las ideas. En cuanto a la música, y siguiendo de cerca a Pitágoras, comprende que la música, como reflejo de la armonía universal, armoniza el alma humana y debe estar bajo el control del estado. Bueno, no será ni el primero ni el último que ha sospechado de determinadas manifestaciones musicales. Aristóteles, más discreto, cree que el arte es válido por sí mismo y le adjudica una base racional. Lo que le permite concluir, como también lo hará Aristoxeno, que a través de la experiencia y la razón podemos alcanzar el perfeccionamiento en las artes. Bien, uno se pasa y el otro se queda corto. Sin embargo, un señor llamado Boecio reunirá en los 5 tomos de su De institutiones musica las reflexiones griegas sobre la música y la teoría de la música como legado para el mundo occidental. Con Platón de trasfondo, la Edad Media se inauguró con la condenación de las artes, de forma muy radical. Teatro, poesía o música popular eran materia sensual, seducción, sacrilegio. Esta crítica inicial de los Padres de la Iglesia, fue superada en parte por S. Agustín al justificar la creación artística a partir de las sagradas escrituras. “Todo lo has ordenado según medida, cantidad y peso”, dirá. Y sentará las bases para una estética musical de fuerte raíz pitagórica. La ciencia de la música entra así en el conjunto de las Siete artes liberales, donde el sonido es imagen de la creación permitiendo clasificar las músicas en: mundana, humana e instrumentalis. Sin embargo, será S. Tomás de Aquino quien abra las puertas a la modernidad al caracterizar la belleza al margen de lo bueno, siguiendo los criterios de integritas, proportio-consonantia y splendor. Parece que no todo el arte está bajo sospecha. A partir del Renacimiento con la llegada de la Modernidad el redescubrimiento de los clásicos permite, paradójicamente, debilitar la autoridad de la Iglesia en cuestiones de estética. Poco a poco se asimilan las artes a los conceptos de belleza y creación genial. Un camino hacia la autonomía de las artes. Con todo, se mantuvo vigente el criterio de razón como eje de la valoración estética, lo que implicaba que sólo lo verdadero pueda ser bello. Y nos preguntamos: ¿Qué de verdadero tiene la música? Un arte que alejado de la palabra apenas conseguía un reconocimiento general. Puro divertimento, ocio, placer sin más. Sólo reconociendo el aspecto irracional del arte y su forma de conocimiento no racional podrá la música ser considerada como un intermediario entre lo absoluto y la apariencia sensible. Es el Romanticismo. El arte, y la música en especial, son elevados a un nivel comparable con la religión o la filosofía, de las cuales sólo se diferencian por la forma en que presentan lo absoluto. ¿A que suena otra vez a Platón? De hecho, Schopenhauer llegará a decir que la música es la objetivación de lo absoluto. Vamos, algo así a una visión sonora del más allá. En tiempos más recientes, lo que se conoce como época contemporánea (desde la 2ª ½ del S. XIX) la estética idealista del romanticismo se fragmentó en multitud de aspectos condicionados por los métodos elegidos de aproximación al arte y a la música. Lo que marcaría el desarrollo de una estética postidealista y también la ideológica. Parece que no hay ni actualizaciones de interés y, menos, aportaciones de cierta novedad en el S. XX. Tal vez, porque es una época muy interesada en la forma de recepción del arte y de la música, lo que investigará principalmente la psicología. Pasemos, pues a la estética psicológica de la música.

La recepción del arte en general es investigada desde la psicología como algo específicamente humano: la facultad de sentir. Esta empatía con el objeto artístico generó una estética de la empatía como paso intermedio entre la estética idealista, propia del Romanticismo y la psicológica de la segunda mitad del S. XIX. En esta última, más allá de las cualidades objetivas de las obras de arte, se admite que el arte presenta contenidos psíquicos percibidos de forma inmediata (empatía) Además de esta especial relación que establecemos con el arte, la estética psicológica se preocupa a su vez por adentrarse en los modos de comportamiento externos e internos de donde surge el arte. Su desarrollo ha pasado obligatoriamente por una parcelación: psicología de la música, de la literatura… de la relación del arte con las patologías y de las terapias a través del arte (v. gr. la musicoterapia) así como por el establecimiento de la tipología de la creación artística en base a categorías como lo apolíneo y lo dionisíaco (Nietzsche) o lo extrovertido y lo introvertido (Jung) Así, los contenidos simbólicos que genera nuestra relación empática con el arte son concebidos como expresión de vivencias y sentimientos o represión de conflictos (Freud) arquetipos del inconsciente colectivo (Jung) o investigación sobre la creatividad de los artistas (Kraft) La percepción estética de la música intenta fijar cuáles son las leyes de esa percepción dependientes de la cultura o de la formación. Lo que señalaría la preferencia por determinados intervalos, estructuras (sección áurea)… De tal forma que podamos describir cómo es la percepción estética de la música, según la psicología:

• Sabemos que las cualidades físicas de la onda sonora se transforma en la mente en atributos psicológicos del sonido (altura, intensidad, duración y timbre)

• El oído (órgano de relación y defensa) en el caso de los humanos, es capaz de dirigir su atención no a lo que el sonido representa, sino al sonido mismo, a la percepción misma

• Por lo tanto, la organización sonora no es vehículo sino valor en sí, aquí es cuando la precepción auditiva se convierte en musical

• Y esta percepción musical es un todo global formado por emoción, sentimientos, imaginación, memoria, inteligencia…

• De aquí, que se produzca una especie de fusión entre nuestra emotividad y la música que adquiere así una intención psicológica

¿Por qué somos capaces de hacer esto? ¿Qué papel desempeña la emoción en la creación y apreciación de la música? ¿Cuál es la relación íntima que existe entre el mundo de las emociones y el de los sonidos? ¿Hay algo que distinga la emoción musical de la producida por otra actividad? Buena batería de preguntas, sin duda. Sabemos que el oído humano, a diferencia del de los animales superiores, tiene conexiones nerviosas con los centros corticales del cerebro, es decir, donde pensamos. De ahí, que reacciones más complejas ante los estímulos sonoros puedan ir más allá de la descarga emocional hacia una respuesta organizada como base de la experiencia artística. Se produce, así, la transformación de un sentido emocional y práctico en uno intelectualizado que permite convertir el sonido en música. Por tanto, el papel de la emoción no es tanto estar presente en la experiencia musical como seleccionar le material y las formas en las que estructurarse. Es decir, nada existe en la sensibilidad que no esté presente previamente en la inteligencia. De aquí, que como ninguna experiencia estética es pasiva, la percepción de la música requiera un esfuerzo.

Un autor de importancia en la estética psicológica de la música es, sin lugar a dudas, Leonard Meyer. La obra de este autor, Emoción y significado en la música (Alianza Música, nº 79) da testimonio de la importancia de la psicología en el nuevo desarrollo de la estética musical. Sus trabajos intentan interpretar los conceptos de estructura del discurso musical y de reacción emotiva del oyente. Aunque su postura es cercana a la de los formalistas –que más adelante veremos- acepta que determinados usos musicales vienen condicionados por vínculos culturales que le prestan un significado extramusical. Pero a este autor le interesa más el significado de la música como el complejo de relaciones internas de la estructura musical en relación con el oyente que responderá de forma más emotiva o intelectual dependiendo de su formación o inclinación natural. Así, para Meyer, un acontecimiento musical tiene significado porque está en tensión hacia otro acontecimiento musical que nosotros esperamos. Algo así como que el significado de la música es fruto de una espera, situación semejante a la que se produce en la comunicación. Por tanto, es necesario un común universo del discurso musical: la música no es un lenguaje musical universal. El placer musical se produce en la espera de la resolución de la tensión activada. De aquí, que la precepción musical no es algo pasivo, sino un proceso activo en el que interviene toda nuestra psique. Lo que le permite concluir a Meyer que la estructura formal de una obra musical pretende satisfacer las exigencias del funcionamiento de la psique humana. Bueno, un poco obvio. ¿Qué puede hacer el ser humano que no pretenda satisfacer alguno de sus condicionantes naturales?

La estética sociológica de la música se dedica a la investigación de las condiciones sociales bajo las cuales el arte ha sido producido, distribuido y recibido a lo largo de la historia. Por tanto, toma un especial interés por: los fundamentos económicos de la producción artística (mecenazgo, arte como mercancía…) situación social y consideración del artista, funciones sociales del arte y su condicionamiento político (política cultural, censura…) composición del público y formación del gusto (estética de la recepción) Uno de los primeros en tocar estos aspectos en relación al arte y a la música fue Platón. Qué música es buena o mala, se pregunta, para la formación del individuo. Lo que le permite pasar del ángulo educativo a las preocupaciones sociales. Y es que cuantos más aspectos sociales aceptemos menos problemas específicamente estéticos quedarán. Autores como Vico y más tarde Hegel, seguirán intentando plasmar las correspondencias entre las formas de arte y la evolución de las sociedades humanas haciendo un seguimiento de: las influencias de la sociedad sobre el arte y del arte sobre la sociedad, el lugar del arte dentro de las sociedades, el lugar del artista dentro de una sociedad concreta, el reconocimiento o no de una función particular del artista por parte de las sociedades o la existencia y estructura de sociedades con finalidades artísticas. Actualmente, es aceptado que la forma estética es expresión de condiciones históricas y sociales, aunque esto no niega la autonomía propia de la obra de arte. Este doble carácter del arte como hecho social y obra autónoma, según Adorno, sólo es posible en sociedades que hayan logrado unas condiciones concretas, lo que permite entender el arte como una forma de ideología más que de representación ideológica, ya que por una parte expresa condiciones e intereses sociales y por otra mantiene una relativa independencia, pero influyendo en la sociedad. Uno de los principales problemas de la estética sociológica de la música es no haber conseguido una metodología unificada a la hora de tratar sus ámbitos principales: la función social de la música y cómo influye la sociedad en las estructuras musicales. Aunque sí que hay un cierto acuerdo en sus temas generales: por qué una sociedad produce un cierto tipo de música durante un período histórico (v.gr. Racionalismo y música instrumental) cómo se ve afectado el progreso de una sociedad por la producción y reproducción de música (Attali) cómo pueden estar relacionadas entre sí las estructuras musicales, sociales y culturales o la sociología de los sistemas musicales ( Blaukopf) En el tema dedicado a Música y Sociedad profundizaremos más, pero os adelanto que estos estudios han creído demostrar la necesaria relación entre determinados factores sociales y las estructuras musicales, defendiendo la figura del músico de vanguardia, que como describe Silbermann:

Inventa un sistema, poniendo los cimientos de la casa. Luego levanta los muros de la fraseología estética y se cubre todo con un tejado compuesto de un lenguaje técnico complicadísimo y casi incomprensible, de forma que a la música encerrada en esta fortaleza no llega ninguna gota de lluvia sensible y regeneradora (Silbermann, 1962:11)

Uno de los iniciadores y figura clave de la estética sociológica de la música fue Combarieu. Partió de una posición intermedia entre la tradición romántica y las investigaciones acústico-fisiológicas de su tiempo. Definió la música como el arte de pensar con sonidos y eso le permitió entenderla como un acto de la inteligencia que se expresa sin conceptos, lo que le permite, a la música, acceder a zonas más auténticas y verdaderas, penetra en la intimidad esencial. Bueno, actualizó buena parte del pensamiento romántico sobre la música. Cree, este autor, en el origen de la música asociado a los rituales mágicos. Es herramienta, dice, de orden y belleza en el caos de nuestra vida afectiva. Y ese aspecto estructural, lingüístico y sintáctico es el que vincula a la música con la vida. Por lo que la organización lingüística del pensamiento musical es producto de cultura. De ahí, que los distintos sistemas musicales son concreciones históricas del pensamiento musical, y los cambios y transformaciones de un sistema a otro deben ser sancionados por la comunidad. Concluye, Combarieu, que la organización sintáctica de la música surge no como una convención abstracta, sino de una serie de relaciones con el mundo humano. Tal vez, la parte más débil de su obra venga dada por la redacción de su Histoire de la Musique, bajo el principio positivista de progreso necesario, con Beethoven como culminación. Leemos en su introducción:

Primero, la magia, con sus encantamientos; después la religión, con su lirismo y sus diversas formas de himnos litúrgicos, odios, dramas; finalmente, la aparición de un arte que se separa poco a poco de los dogmas para organizarse paralelamente al arte sacro y pasar por estas tres fases: la diversión profana, la expresión individualista, el naturalismo (Beethoven); éstos son los grandes períodos de la historia. Su sucesión se ha repetido no pocas veces, y se prolongan el uno hasta el otro; en verdad, son los tres momentos fundamentales de la evolución del arte (en Fubini, 1971:171)

Entre las últimas tendencias de estética musical que desarrolló el S. XX en su segunda mitad, se encuentra la estética morfológica de la música. Morfología, según Goethe, que fue el creador del neologismo, es el estudio de las formas y estructuras orgánicas, de su génesis y mutaciones. Así, el arte era una forma práctica y espiritual de apropiación del mundo, como conciliación de términos antagónicos. El estudio morfológico de la música se entiende como la puesta en relevancia de sus valores sintácticos. Como esta valoración viene dada desde los estudios de literatura, el problema viene en discriminar cuáles son las funciones narrativas de la música, como siempre. Para los defensores de una aproximación morfológica a la música, la obra musical no es portadora de contenidos metafísicos (estética filosófica) ni emotivo-sentimentales (estética psicológica) ni imitativos o ideológicos (estética sociológica) sino puramente formales, entendiendo la obra musical como un sistema de relaciones.

Hasta aquí, hemos intentado defender la expresión estética morfológica. Pero, en honor a la verdad, bajo esta expresión sólo se contempla –en los estudios más actuales- el denominado análisis formal tradicional. De hecho, estaríamos hablando de las cuatro consideraciones estéticas que se pueden hacer sobre formas como la Sonata, la Fuga o el motete, ponemos por caso. Y no queremos creer que esta visión tan superficial sea la que busca la optativa de Estética de la Música. Así, que pensamos que lo que realmente se pretende es una aproximación a la estética fenomenológica de la música o si queremos ser menos pedantes, a la conocida como estética formalista musical. Y ¿qué le inquieta a esta estética fenomenológica? Pues averiguar qué tienen los fenómenos sonoros que determinan el grado de receptividad del oyente. Y su campo de estudio es todo lo relacionado con el objeto sonoro: estructuras, tipos melódicos, formas armónicas, tensiones rítmicas, dinámicas, agógica y tiempo, función del timbre, tipos polifónicos… El formalismo musical ve a la música como un lenguaje autónomo, de ahí que los primeros formalistas fueran preferentemente sintácticos, es decir, que intentaran señalar la relación entre las partes. Posteriormente, derivaron hacia aspectos semánticos. Y para salvar el escollo habitual, argumentaron que la música más que carecer de significados, venía caracterizada por la multiplicidad de éstos. Lo que, reconozcámoslo, nos deja en el mismo sitio de siempre. Figuras muy significativas para el formalismo musical fueron Hanslick y Stravinsky.

El primero de ellos, Eduard Hanslick, representó la primera reacción importante contra el sarampión romántico, donde la música era la expresión de los sentimientos o de cualquier otro significado extramusical. De hecho, era la primera vez que un musicólogo valoraba el hecho musical con la publicación en 1854 de Lo bello musical. Alejándose de posturas literarias, retóricas o entusiastas, apostó por una aproximación analítica y técnica inspirada en las nuevas tendencias del momento. Hanslick entendía una belleza específica para cada arte, por lo que la música se identifica con su técnica. Estamos, por tanto, ante una estética de la forma frente a la del sentimiento, enfrentándose abiertamente a las líneas estéticas propias del wagnerianismo y la música programática de la segunda mitad del S. XIX. Hanslick nunca negó los efectos sentimentales de la música, pero cree que éstos no pueden ser los criterios de valoración de lo bello musical. Su sintaxis es lo fundamental. Y la música tiene ante todo contenidos puramente musicales. Además, como en general todos los formalistas, cree que esta estructura gramatical de la música es producto cultural y no viene dada por naturaleza propia.

El caso de Igor Stravinsky es básicamente el de un compositor que intentó llevar hasta sus últimas consecuencias estos principios formalistas en su obra. En su Poética Musical, serie de seis conferencias dictadas en la U. de Harvard, defiende la figura del oficio de compositor, más como artesano que como genio, postura, esta última, típica del romanticismo. La composición musical sigue un proceso metódico: selección del material sonoro, ordenación en el tiempo de ese material, articulación en torno a unos polos de atracción (como las tonalidades principales en las obras tonales) que permitirán su relación con nuestra psicología. De aquí, que los elementos clave de su poética sean: materia finita, labor artesanal y valores constructivos. El público sólo será necesario para el sentido último de la obra, que vuelve al compositor una vez vivida por los demás.

Concluyendo, los formalistas hablan del significado de la obra de arte desde la doble función:

a) organización del contenido (lo que le da autonomía, coherencia y armonía de conjunto)
b) Contacto con el público (donde la forma promueve y guía evocaciones)

Y acabamos este repaso a las distintas aproximaciones estéticas a la música con la estética comparada. Más que una tendencia de la estética musical, la estética comparada es de ámbito más general. En La correspondencia de las artes, 1947, E. Souriau define la estética comparada como:

Disciplina que se basa en la confrontación de las obras entre sí, así como en el proceder de las distintas artes (como la pintura, el dibujo, la escultura, la arquitectura, la poesía, la danza, la música, etc.) (Sourieau, 1986:14-15)

Cree, por tanto, en el interés de señalar correspondencias entre las artes a través de sus mismas diferencias. Hacer, por ejemplo, el seguimiento de un tema tratado en diversos artes. Esta comparación puede resultar provechosa a la hora de establecer los problemas de adaptación de una obra literaria al campo musical o cinematográfico, por ejemplo. O el problema, siempre de interés, de la relación entre un texto y la melodía que lo canta. También se preocupa por las similitudes estructurales. Pero cuáles serían los puntos principales de la correspondencia de las artes: 1.- En el análisis estético debe tenerse cautela con las correspondencias verbales que no obedezcan a hechos artísticamente parecidos. 2.-La no siempre posible existencia de estructuras comparables entre obras de artes diferentes 3.- Aceptar que la verdadera correspondencia entre las artes es dialéctica. Es decir, coinciden en el uso de similares formas de proceder intelectualmente y no tanto por los resultados obtenidos.

martes, 7 de diciembre de 2010

El cuarto

Euterpe, musa de la música

El cuarto

Estética musical. Objeto de la estética musical. Problemas especí­ficos de la estética musical. Métodos de la estética musical. Fuentes de conocimiento de la estética musical.

Para inciar el camino a través de la estética musical suelo programar en clase el documental El canto de la Tierra, conducido por el naturalista y divulgador cientíco inglés David Attenborough. La intención principal es conocer con detalle aquello que compartimos con otros seres vivos en relación al uso de los sonidos articulados. De la documentada exposición, extraemos la conclusión que al igual que otras especies, el ser humano comenzó sus usos musicales o premusicales preocupado por dos funciones biológicas esenciales: la defensa del territorio y la reproducción. Valoradas en su conjunto tales demostraciones musicales, podemos confirmar que aquellos cantos simples, grupales, que buscan una afirmación colectiva y tienen un carácter poderoso desde el punto de vista estético, se decantan hacia la reivindicación y defensa del territorio que se considera propio. Al contrario, los más complejos, individuales, atractivos sensorialmente y diferenciados, son los mejores transmisores de nuestra afectividad, y, por tanto, atraerán por su encanto al representante del sexo contrario. Que los humanos somos más complicados que el resto de especies vivientes, nadie lo duda, sobre todo el resto de las especies, pero no perdamos estas bases biológicas a lo largo del proceloso y confuso, con demasiada frecuencia, viaje a través del mar estético. Pero entremos en materia, habla R. Scruton:

A lo largo de la historia de la filosofía moderna, se encuentra poca literatura tan exasperante como aquella dedicada a la estética de la música. Si bien el estándar de la competencia filosófica es lo suficientemente alto para tomarse en serio, el de la capacidad musical resulta, en general (como en el caso de Kant y Hegel) demasiado inferior a esta práctica para que valga la pena. Difícilmente se preocupará un autor por presentar ejemplos o análisis, y casi todos apoyan su ‘imitación’ o ‘expresión’ sin explicar cómo es que la obra la ejemplifica o por qué sería importante que lo hiciera. La estética musical se ha mostrado casi totalmente incapaz de dar razón de la naturaleza de la percepción auditiva o de explicar las categorías musicales más simples, como la melodía, el ritmo y la armonía… Considérese la definición de Hanslick de la música como tönend bewegte Formen (formas sonoras en movimiento) ¿Qué sentido tiene afirmar que las formas de la música ‘se mueven o son movidas’? (Scruton, 1987:81-82)

Complicado punto de partida, lo reconozco. Ya que Scruton cita a Hanslick, deberíamos decir que este abanderado del formalismo musical, fue el iniciador de la estética musical en sentido moderno con la publicación en 1854 de De lo bello en la música. Volveremos a él.

Podríamos decir que históricamente la reflexión filosófica en torno a la música se ha centrado en averiguar el lugar de la música dentro de las artes y los criterios de valoración para obras concretas. Como en otros aspectos de la estética, también la antigua Grecia sentó las bases sobre las que abordar el problema de la estética musical. Platón fijó los aspectos éticos: lo útil y lo perjudicial, valorando desde esta dualidad los méritos expresivos de la música. Pero fue Aristóteles quien contempló la música como reflejo o mimesis de distintas necesidades humanas como el entretenimiento, los sentimientos o el gusto. Hecho esto, la Edad Media significó una involución hacia la oposición entre el carácter idealista de la música como copia de la armonía divina y el perjuicio de una música como cultivo de la sensibilidad. Habrá que esperar a la Ilustración para que se acepte a la música como copia de los afectos (teoría de los afectos) heredando parte de la llamada retórica musical del Barroco, y el renacer de las valoraciones jerárquicas de las artes. Así, el paso del Clasicismo al Romanticismo significó la posibilidad de emancipación de la música instrumental, que parecía haber conseguido sus propios códigos lingüísticos con la afirmación de la Tonalidad y la claridad de una sintaxis propia. De ahí partirán las consideraciones decimonónicas sobre una música como juego autosuficiente (Hanslick y su formalismo musical) o bien como portadora de una idea extramusical (música programática) Ya en el S. XX se ha intentado, sin mucho acierto, resolver tal dicotomía, aún vigente en muchos aspectos.

Una vez trazada esta panorámica, y siguiendo el programa, intentaremos precisar el objeto de la estética musical. Demasiadas veces este objeto ha sido caracterizado desde la crítica musical, la musicología e incluso la teoría de la música. Y lo que pretendemos demostrar es que aunque comparten preocupaciones, la estética musical es otra cosa. La estética musical es, ante todo, el conjunto de ideas sobra la música. Supone la reflexión, crítica y conceptualización en cuanto a la música y sus realizaciones. Intentemos, pues, una clasificación de los principales objetivos:

1.- La reflexión sobre la naturaleza de la música y las entidades musicales. Nos viene desde la antigüedad y se mantiene hoy en día

2.- La reflexión sobre el poder de la música. Muy antigua igualmente, se relaciona con la afectividad, la acción y las relaciones humanas

3.- La reflexión sobre la correspondencia entre la música y la organización del mundo. De gran tradición desde las culturas antiguas. Desarrolla la música de las esferas y sus relaciones numéricas. Fueron convenientemente actualizadas por Schopenhauer al considerar la música como imagen del mundo, una objetivación de la voluntad similar a la naturaleza con quien se identifica plenamente

4.- La reflexión sobre la creación musical. Centrada en la figura y actividad del músico

5.- El estudio de la correspondencia entre la música y el resto de las artes. Principalmente basada en analogías formales

6.- La historia de la estética musical. Siguiendo a Dalhaus, sus campos de conocimiento se centran en: funcionalismo, reproducción de las emociones, expresión de la subjetividad, teorías de la forma y la estructura, y documentación histórica.

Que la estética musical tiene que vérselas con problemas de envergadura es fácil de imaginar a estas alturas. Posiblemente Scruton es el primero en plantear seriamente una relación básica. Preguntas como: ¿Qué son los sonidos?

La preocupación por lo visual de la moderna filosofía ha resultado tan abrumadora que la naturaleza de los sonidos, en tanto que objetos de percepción, ha permanecido en una casi total obscuridad” (Scruton, 1987: 85-86)

¿Qué son las notas? ¿De qué manera son distintas de los sonidos? ¿Qué es percibir notas organizadas en ritmos, melodías y armonías? ¿Cuál es por tanto, la naturaleza de la comprensión musical? ¿Cómo se relaciona con la experiencia musical, el análisis musical y el interés estético?

Claro, es el eterno problema de si la música posee un contenido más allá de su sintaxis y su estructura puramente musicales

¿Qué significa? ¿Qué comunica? ¿Es describible en términos de algo a lo que Kant llamó el hermoso juego de las sensaciones? Bueno, recordemos aquí lo dicho al comienzo sobre las bases biológicas de la música. Puede que eso nos ayude.

Como podemos ver hay dos grandes cuestiones en lo concerniente a la estética musical: ¿Qué es el contenido musical? ¿Qué es la obra musical? Veamos:

1.- El contenido musical: las teorías del contenido musical se dividen entre las que aceptan contenidos emotivos y las que no. Hay que decir, que las primeras son las más numerosas. En ellas, la música excita nuestros sentimientos, con lo cual el Romanticismo llegó a imponer la música como expresión de las emociones del compositor, lo que no es exactamente igual. Si no aceptamos estos contenidos emotivos, entonces las música en un juego sonoro sin más, aunque se le puedan reconocer cualidades expresivas o representativas a través de la imitación directa.

2.- La obra musical: ¿qué es la Quinta de Beethoven? ¿Dónde está el Arte de la Fuga de Bach? La música, a diferencia de un cuadro o escultura no es un objeto material ordinario. Aunque tampoco lo es el poema o la novela, el libro parece contenerlo en mayor medida que la partitura contiene los sonidos musicales. De aquí que la música sea considerada como un lenguaje: código o sistema de signos formado por fragmentos, estructuras, motivos y transiciones. Establece con ellos una correlación con objetos, sentimientos o actitudes que, se supone, simboliza.

Plantear estos problemas, permite enunciar los principios (elementos musicales y su interrelación) en que debe basarse la estética musical. Pero al mismo tiempo constatar la dificultad de tales definiciones. De ahí, que Scruton concluya:

Todo lo que se necesita para realizar este ejercicio es que la música despliegue una estructura sintáctica (Scruton, 1987:84)

Y para ello necesitamos: elementos significativos independientes, totalidades significativas (como combinación de los anteriores) y un campo de referencia al que remitirse. Pero lo más importante no es si esto es posible o no, sino que admitiendo que lo sea, ¿describiría de forma genuina aquello que el oyente comprende? He aquí, el gran problema de la estética.

Bueno, aclamémonos a los dioses que la cosa no parece ser sencilla. Como tampoco el darle coherencia al actual desarrollo curricular. Si la comunidad científica afirma una y otra vez que la estética musical no ha generado métodos propios de investigación ¿por qué se incluye ese parágrafo? Nos vemos obligados a la redundancia más estéril. Lo dicho cuando explicamos los métodos de la estética en general puede ser válido para este apartado. Si el método general es reflexivo-analítico, habrán tendencias más en la tradición clásica de la filosofía (grandes incógnitas en torno a la música encuadrada en el conjunto de saberes) o de cariz científico (basada en datos matemáticos, acústicos y sus implicaciones estéticas) con derivaciones hacia el método psicofísico (sensación) y psicológico (percepción) o el sociológico (la música en un contexto determinado) También podríamos hablar del morfológico (fundamentado en la teoría de la música y en la música como forma) el lingüístico (música como lenguaje, con posibilidad de significado; englobaría las actualizaciones semióticas: música como signo) Y el comparativo (heredero de la correspondencia entre las artes)

Y acabamos con los paralelismos: si teníamos unas fuentes de conocimiento de la estética (que no tenían nada de particular) ahora tenemos que hablar de las fuentes de conocimiento de la estética musical (que todavía lo son menos, pero permiten seguir con este rosario de obviedades) Ahí van: los textos de la filosofía y teoría de la música de la cultura greco-romana. Desde la Edad Media hasta hoy: la teología, así como los de naturaleza pedagógica: gramática, retórica o métrica, y los tratados de teoría musical. Las obras musicales mismas. Los estudios sobre el gusto a través del tiempo, estilos predominantes, medios de ejecución y disfrute de la música. En esta relación, seguimos en parte a Fubini, que a nuestro modesto entender deja cosas importantes, de ahí que la hayamos ampliado un poco. Seguimos con cosas parecidas en el quinto.